Queridos Sacerdotes y Religiosos
Queridos fieles,
18 de diciembre del 2020.
Dios nuestro Señor nos ha permitido llegar a los fines de este año extraño en la vida del mundo, extraño a causa de una enfermedad de origen incierto y, que sin ser mucho más grave que otros, ha inducido a los gobernantes a tomar medidas de seguridad que ninguna otra enfermedad de la historia justificó. ¿Amor por sus gobernados? Parece difícil probarlo. Como fuere, las medidas están allí y ya consiguieron que no pudiera festejarse la Pascua, que las iglesias se cierren, que haya límites ínfimos para la asistencia a misa, que los moribundos no tengan asistencia religiosa ni los muertos el último acompañamiento de la Religión. Aún Roma, la que fue de los Papas Católicos, acató las restricciones; faltaron las penitencias, las procesiones penitenciales y el recuerdo a los hombres de sus pecados para que, arrepentidos, Dios perdone y bendiga como en aquellos tiempos de San Carlos Borromeo.
Antes en la enfermedad la Iglesia se arriesgaba a través de sus ministros para no abandonar a los enfermos y moribundos.
¿Son medidas para que la Fe desaparezca de la tierra o al menos pueda exterminarse? Si lo fuesen, olvidan sus causantes que las persecuciones durante trescientos años no lo consiguieron; olvidan que cincuenta años de comunismo y sus sesenta millones de muertos tampoco pudieron apagar la Fe.
Es cierto que la Roma de hoy que no es católica, que no tiene ni la Misa, ni la Sagrada Eucaristía, ni el Sacerdocio, ni la Fe de siempre ha dejado de ser faro y refugio para las almas que ya no tienen en quien confiar. Es cierto ¿Pero podrá contra Dios? Cuando no había Iglesia Católica Jesucristo Nuestro Señor la fundó y la hizo inconmovible con el acto más frágil de la historia, la fundó muriendo frente a los pontífices que lo condenaron y ante el Imperio más poderoso que jamás existiera.
Nada ni nadie puede apagar a la Santa Iglesia, es nuestra Fe, fue Nuestro Señor quien dijo “Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.”
Maquiavelos de blanco y negro podrán negarnos las iglesias pero nos quedan nuestra almas cristianas y en cada alma hay un Pesebre para recibir allí al Hijo de Dios.
Satanás no pudo desde el Paraíso Terrenal hasta ahora, el primer pecado de desobediencia y soberbia de Adán y Eva fue para apartarlos de Dios y en revancha nos prometieron la Encarnación, la maldad suprema del Calvario, que parecía deshacerse del Salvador, abrió los Cielos para siempre.
Dios nunca nos dejó ni lo hará. A nosotros vivir y ser de tal manera que nuestras almas siempre puedan acunar a nuestro Salvador. Ese Pesebre de nuestra intimidad, si queremos ser buenos sinceramente, es un refugio inalcanzable para nuestros enemigos en donde reina y triunfa Dios.
¡Santísima Navidad para todos!