martes, 24 de febrero de 2009

Miercoles de Ceniza

Estacion Santa Sabina - Ornamentos Dorados


A imitación de los Ninivitas, los cuales hicieron penitencia bajo la ceniza y el cilicio, la Iglesia, para domar nuestro orgullo y recordarnos la sentencia de muerte que sobre nosotros recae en pena del pecado1, pone hoy ceniza sobre nuestras cabezas, diciendo: «Acuérdate, hombre, de que eres polvo y al polvo has de volver». Tenemos ahí el vestigio de una antigua ceremonia. Los cristianos que habían cometido algún pecado grave y público debían también someterse a pública penitencia, y para eso, el Miércoles de Ceniza, el Pontífice bendecía los cilicios que los penitentes iban a llevar puestos durante toda la Santa Cuarentena, y les imponía la ceniza sacada de las palmas que habían servido el año anterior para la procesión de los Ramos. Luego, mientras los fieles rezaban los Salmos penitenciales, se «expulsaba a los penitentes del lugar santo, por causa de sus pecados, como había sido arrojado Adán del Paraíso por su desobediencia» (Pontifical). Los penitentes no dejaban sus vestidos de penitencia, ni entraban en la iglesia hasta el Jueves Santo, después de haber sido reconciliados por los trabajos de la penitencia cuaresmal y por la confesión y absolución sacramentales.
El Papa Urbano VI, en el Concilio de Benevento (1091) mandó que la ceniza fuese impuesta también a los simples fieles porque «Dios perdona los pecados a los que de ellos se duelen» (Introito). «Es rico en misericordias para con los que a Él se vuelven de todo corazón por el ayuno, las lágrimas y gemidos» (Epístola). Y no hemos de desgarrar nuestros vestidos en señal de dolor, cual lo hacían los Fariseos, sino nuestros corazones (Epístola).
«Saquemos de la Eucaristía el auxilio de que hemos menester» (Poscomunión), a fin de que, «celebrando hoy la apertura solemne del ayuno sagrado» (Secreta), «terminemos la carrera con una devoción que nada sea capaz de turbar» (Or.).
Fuente: Misal Diario - Dom. Gaspar Lefebvre, O.S.B.

La liturgia de este día es doble: imposición de la ceniza(1) y sacrificio eucarístico. Tenemos ahí el vestigio de una antigua ceremonia. La ceniza se imponía en la iglesia de la Colecta o reunión, es decir, la de Santa Anastasia; el sacrificio se celebraba en la iglesia de la Estación, la de Santa Sabina, que se alzaba en el Aventino, Llevando la ceniza sobre sus cabezas, el Papa y los cristianos de Roma iban desde Santa Anastasia hasta Santa Sabina, con los pies descalzos, implorando misericordia, para empezar los ejercicios de la milicia cristiana con el santo ayuno de la Cuaresma y para luchar contra los espíritus del mal con las armas de la abstinencia. (Bendición de las cenizas). Es un resto de la penitencia pública a que se sometía a los pecadores en los primeros siglos. Antes de ser apartado de los fieles, el pecador era salpicado con ceniza, símbolo de penitencia, y vestido con el humilde hábito penitencial. Al suprimirse el uso de la penitencia pública, alrededor del año 1000, la ceremonia se extendió a todos los cristianos. Todo cristiano fervoroso debe presentarse con humildad y espíritu de penitencia a recibir la ceniza y a escuchar las graves palabras que pronuncia el sacerdote al imponerla: «Acuérdate, hombre, que eres polvo y al polvo has de volver». Los textos de la Misa están inspirados todos en esta idea de la penitencia. Dios es siempre misericordioso para con todos los que se convierten a Él. (Introito); pero importa rasgar los corazones más que los vestidos (Epístola). El que ayune generosamente, no por agradar a los hombres (Evangelio); el que reciba con la debida piedad las venerables solemnidades del ayuno (Oración), ese podrá cantar: «Te exaltaré, Señor, porque me recibiste y no alegraste a mis enemigos sobre mí. Clamé a Ti y me sanaste» (Ofertorio).
La liturgia de este día es doble: imposición de la ceniza
(1) y sacrificio eucarístico. Tenemos ahí el vestigio de una antigua ceremonia. La ceniza se imponía en la iglesia de la Colecta o reunión, es decir, la de Santa Anastasia; el sacrificio se celebraba en la iglesia de la Estación, la de Santa Sabina, que se alzaba en el Aventino, Llevando la ceniza sobre sus cabezas, el Papa y los cristianos de Roma iban desde Santa Anastasia hasta Santa Sabina, con los pies descalzos, implorando misericordia, para empezar los ejercicios de la milicia cristiana con el santo ayuno de la Cuaresma y para luchar contra los espíritus del mal con las armas de la abstinencia. (Bendición de las cenizas). Es un resto de la penitencia pública a que se sometía a los pecadores en los primeros siglos. Antes de ser apartado de los fieles, el pecador era salpicado con ceniza, símbolo de penitencia, y vestido con el humilde hábito penitencial. Al suprimirse el uso de la penitencia pública, alrededor del año 1000, la ceremonia se extendió a todos los cristianos. Todo cristiano fervoroso debe presentarse con humildad y espíritu de penitencia a recibir la ceniza y a escuchar las graves palabras que pronuncia el sacerdote al imponerla: «Acuérdate, hombre, que eres polvo y al polvo has de volver». Los textos de la Misa están inspirados todos en esta idea de la penitencia. Dios es siempre misericordioso para con todos los que se convierten a Él. (Introito); pero importa rasgar los corazones más que los vestidos (Epístola). El que ayune generosamente, no por agradar a los hombres (Evangelio); el que reciba con la debida piedad las venerables solemnidades del ayuno (Oración), ese podrá cantar: «Te exaltaré, Señor, porque me recibiste y no alegraste a mis enemigos sobre mí. Clamé a Ti y me sanaste» (Ofertorio).
(1) La ceniza es símbolo de penitencia, y bendecida por la Iglesia, se trueca en un sacramental que nos mueve a desarrollar el espíritu de humildad y de sacrificio
.

Aprenda mas sobre el Rito de bendición e imposición de la ceniza

Ayunos y abstinencias
Es una doctrina tradicional de la espiritualidad cristiana que el arrepentimiento, el alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado (Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo mismo dijo a sus discípulos que ayunaran una vez que Él partiera (Lc. 5:35 ). La ley general de la penitencia, por lo tanto, es parte de la ley de Dios para el hombre.
La Iglesia ha especificado días obligatorios de ayuno y abstinencia de carne, para asegurarse que los católicos, de alguna manera realicen, penitencia como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerles más fácil el cumplir con esta obligación.
El ayuno obliga a los que han cumplido 21 años; están dispensados, los que hacen trabajos pesados, los faltos de salud, los pobres que viven de limosna y los que han cumplido 60 años.
La ley de abstinencia, debe ser observada por todos, desde la edad de siete años. Los días de abstinencia, no se pueden comer ningún tipo de carnes (vaca, cerdo, aves), ni alimentos derivados de las mismas, por ejemplo, sopas, fiambres, etc.
No hay obligación de hacer ayuno y abstinencia si caen en días de fiestas de guardar, aún si es viernes.
Modo de ayunar
Los días de ayuno, está permitida solamente una comida completa, en la que se puede comer carne, siempre que no sea día de abstinencia de la misma. Están permitidas dos comidas más, que, juntas, sean menores que la comida principal. Entre las comidas, sólo pueden tomarse líquidos.
Por la mañana se puede tomar té o café con un poco de leche, o mate cuanto se desee, o chocolate hecho en agua, pan en pequeña cantidad que no exceda 62 gramos, más o menos, con manteca, a excepción de huevos.
En la cena, cualquier comida, excepto carne y caldo, en cantidad que no exceda 250 gramos.
Días de ayuno y abstinencia
en la república Argentina
En virtud de Indulto Pontificio son de obligación solamente:
· Días de abstinencia sola, sin ayuno: Todos los viernes de Cuaresma
· Días de ayuno y abstinencia: Miércoles de Ceniza, Viernes Santo, Vigilia de la Asunción de la Sma. Virgen y el 23 de diciembre


viernes, 26 de diciembre de 2008

Seguimos trabajando...

Buenas a todos!
Seguimos trabajando los colaboradores laicos de la Orden "Compañia de Jesus y Maria", en la Mision ubicada en Magdalena, provincia de Buenos Aires. Estamos organizando fechas que sean fines de semana para ir a trabajar y dar una mano a esta obra que tiene como fin, enseñar oficios entra la gente humilde de la zona, para que se puedan sustentar como asimismo realizar una obra de apostolado religioso y dar la Santa Misa.
Nos seria muy util, difundir esta obra caritativa, ya que necesitamos una mano en el sentido de personas que quieran colaborar y quienes deseen realizar donaciones para la construccion de la Iglesia y la Casa.
Materiales como tejas, pintura, arena, ladrillos, cemento, lamparas para iluminacion, baldosas, arboles, cables...es mucho, tal vez, lo que necesitamos pero si todos colaboramos es mas sencillo








jueves, 6 de noviembre de 2008

Los Derechos de la Verdad y Los Derechos del Amor




Los Derechos de la Verdad
Y
Los Derechos del Amor


Cuando alguien escribe algo pueden sus líneas ser leídas de distintas maneras, sea con un prejuicio favorable, sea con uno más o menos antipático, sea con la ecuanimidad del hombre recto que no considera sólo la mano que empuña la pluma sinó, y sobre todo, la verdad y el criterio de los contenidos, la fuerza de las razones y la lógica de las conclusiones.
La escritura tiene ventajas y desventajas. Ventajas y desventajas porque en ella el hombre compromete su pensamiento no sólo ante Dios, Quien un día lo juzgará, sinó también ante los hombres quienes lo juzgarán inmediatamente. La escritura sufre un juicio de solas fiscalías ya que la defensa ante la estima o desestima ajena es sólo remota. Nadie puede defenderse ante el lector a no ser por la verdad de los argumentos y la rectitud de la intención de alguna manera manifestada. Quizás por eso muchos hombres que pudieran escribir o entablarse en una lucha leal de los conceptos para que triunfe nó el interés sinó la verdad, no lo hacen, sin embargo, temerosos del juicio de los lectores o ante el riesgo de equivocarse. Otros prefieren el anonimato del comentario de las conversaciones para referirse a lo que han leído o a su escritor sin exponerse a la sana contienda por la verdad; allí el adversario no puede defenderse y es fácil restarle autoridad nó con las razones pero sí a veces causando impresiones y sentimientos en los demás con sólo un gesto o una sonrisa burlona. ¿Escapará esto al juicio de Dios? Pareciera que nó.
Aún así parece nuestro cometido empresa suficiente para correr el riesgo de la crítica con tal que en los hombres probos y honrados hagamos algo de bien, mejor aún, para que nuestras pobres líneas sean en bien de Dios y en bien de muchos.
¿Por qué en bien de Dios?
Porque si de Verdad y Amor hablamos Dios es el primer concernido; si lo desea Usted más filosóficamente, es Dios el primer analogado de todas las proporciones que conciernan a la Verdad y al Amor, siendo Dios Autor de todas las proporciones de los seres al ser Creador de todos ellos.
¿Por qué en bien de muchos?
Porque si lo que buscamos es el bien de Dios buscamos también el ajeno. A Dios nada le falta gozando Él de una pacífica, eterna e infinita felicidad. ¿Cómo puedo buscar su bien si nada le falta ni nada desea? Buscando nó lo que fueran sus deseos, que nó los tiene, sinó buscando lo que es su Voluntad, a saber, que los hombres se salven y que la heroica Redención de su Hijo cuaje en las almas. Cristo Nuestro Señor abrió las puertas del redil de los Cielos, ahora es preciso que los hombres, movidos por su Gracia, entren en él. Ese es en resumen el fin terreno de la Santa Iglesia, llevar a los hombres a su Señor y su Dios.
Se entiende entonces que si busco el bien de Dios que yo puedo darle, busco entonces se haga su Voluntad en mi y en los demás, busco que los hombres se salven y eso es buscar su bien. Esto es entonces el bien de Dios y el bien de muchos.
Ahora bien, ¿Cuál es nuestro cometido? Lo que reza el título, que la Verdad tiene derechos y que el Amor también los tiene, derechos que les son propios, inalienables, impostergables, que no pueden renunciarlos, ni perderlos. Que entonces pueden, deben y merecen ser defendidos. Que la vida de todo hombre noble, por sencillo o instruido que sea se reduce a ello, a la Verdad y al Amor; a la Verdad en sus pensamientos, ideas, ideales y palabras; al Amor en sus actos, sus conductas y sus quereres.
Hemos enunciado muchos conceptos, muchas cosas, digamos, que hoy todos nombran, pocos entienden, casi nadie defiende, y de los que sí lo hacen, pocos lo hacen bien. Esto establecerá nuestro plan.
¿A cuáles conceptos nos referimos?
Derecho, Verdad y Amor.
¿Quién no habla de ellos en nuestros días? Sin embargo jamás había visto la historia semejante atropello al Derecho ni tan universal afrenta; jamás había escuchado tanto error y mentira; nunca había sido abrumado por tanto mal y desorden, por tanto “amor” mal entendido y peor usado.

El Derecho:
Del Derecho muchos hablan, bastantes enseñan, pocos saben. Claro está que no nos referimos a la penosa tarea de aplicar leyes y resolver conflictos sinó a los fundamentos más básicos de todo ello. Esos fundamentos son esenciales y trascendentes y, modificados los mismos, se distorsiona el verdadero Derecho de modo que aún una enorme injusticia podría ser jurídicamente valedera, al menos en el Derecho Civil, claro está, no así en el Derecho Eclesiástico.
Si el Derecho a algo emana de los votos de la mayoría las cosas que hoy fueren justas mañana podrían ser injustas. Así el divorcio como anulación del vínculo o el aborto, siendo aberraciones morales y gravísimamente injustas, son moneda corriente en muchas legislaciones civiles.
Si el Derecho nace de lo que es exitoso, rinde o triunfa, así sea malo de suyo, seríamos utilitaristas; pragmáticos, si el fin justificara los medios.
Se entiende que el Derecho no puede depender de una mayoría, de una opinión, de un capricho, una conveniencia o un triunfo monetario. Derecho es lo que responde a Justicia y justo lo que es debido a algo a alguien. Ha de haber entonces en la cosa o en la persona alguna razón, algún motivo, alguna prerrogativa o dignidad que le permita reivindicar uno o varios derechos como algo justo y que por eso le es debido.
Es claro entonces que una cosa, como ser por ejemplo un territorio, merece ciertos respetos por pertenecer a una Nación; clarísimo que las personas sean sujetos de derechos ya que son lo más relevante de una Nación que sin ellas no sería nada; de una claridad meridiana que Dios Nuestro Señor es más sujeto de derechos que nadie ya que todos los hombres de Él recibimos el poder pretender o reivindicar algo. Grandes derechos los nuestros, sí, pero derechos recibidos de un Creador aún mayor y más digno, de Quien somos creaturas.
Entendidos los derechos en Dios, se entienden todos en sus inferiores; ignorados los de Dios o, lo que sería peor, ignorado Dios mismo, todos los otros derechos se alteran y trastocan, sea para más, sea para menos.
Ya hemos avanzado algo. Sabemos que Derecho es lo que de alguna manera alguien puede pretender para si, según justicia; que lo justo es dar a cada quien lo propio y esto en la medida en que le es debido; que siendo así, hombres, Ángeles y Dios tienen derechos; que sólo ellos por ser inteligentes pueden tenerlos, porque sólo ellos pueden reconocerlos y reivindicarlos. Que siendo así, el Derecho sigue a las naturalezas inteligentes y que, lógicamente, la que más merece es la de Dios.

La Verdad:
Puesta en claro la noción de Derecho tratemos de hacer lo suyo con la noción de Verdad.
La Verdad sigue necesariamente al ser de las cosas, no necesariamente a la palabra que dice afirmarlo. Las cosas no son así porque yo las diga tales, sinó que debo decirlas como ellas son. Quiero decir que mi palabra no hace ni crea la Verdad sinó que simplemente enuncia la Verdad que encierran las cosas. Por así decirlo, las cosas gritan su ser, gritan lo que son a la inteligencia cabal que las escucha. Digo inteligencia cabal porque las cosas necesitan de nuestro sentido común para ser entendidas como son, para que las pasiones, el apresuramiento, el orgullo o la vanidad no nos hagan decirlas distintas de cómo son para parecer distintos o destacados, o por algún interés aún más mezquino.
Verdad entonces será pensar y decir de las cosas, de los seres y aún de nosotros mismos tal como todo eso es. Será acomodar, “adecuar” dirá el latino, nuestra inteligencia a la cosa, plasmando en nosotros lo que está en ella y así haciéndonos capaces de decirlo.
Lo que está en ella... Es una verdad de perogrullo que las cosas son algo. No se preguntó Usted ¿Cómo llegaron a serlo? ¿Cómo hicieron las cosas para ser lo que son? ¿Alcanzará con la explicación fantaseosa de una gigantesca explosión inicial que al reventar hizo la armonía de los cielos, dio timbre al canto de las aves, agudeza a la mirada del águila, vigorosa delicadeza al colibrí, medidas exactas al panal, constancia a la abeja y belleza al cielo, a la tierra y a los hombres? ¿Pudo este supuesto desparramo primigenio ser principio de unidad, de equilibrio y de belleza?
Agotadas todas las solucione inventadas, dispares e incapaces de dar una explicación sólo queda en pié la respuesta del sentido común: No hay obra sin autor ni orden sin ordenador.
Las cosas son porque Alguien las pensó tales antes de hacerlas.
Las cosas existen porque ese Alguien que supo pensarlas, supo también quererlas para que de hecho fueran. Las cosas existen porque ese Alguien las quiso. Al decir inigualable, entonces, de Santo Tomás de Aquino, “somos porque Dios nos piensa, existimos porque Dios nos ama”, a saber, somos tales, con tal entidad o naturaleza porque nos pensó así; existimos de hecho, porque Dios quiso que fuéramos.

El Amor:
Verdad, entonces, es pensar y decir de las cosas lo que ellas son, pero resulta que lo que son y que es capaz de llenar nuestros conceptos; y su existencia, que a veces nos cautiva y embelesa, ambas cosas proceden de Dios. El ser y la existencia de las cosas, de los seres, de los hombres y de los Ángeles proceden de Dios; es aquello que Dios pensó en las honduras diáfanas y misteriosas de su pensamiento, es aquello que Dios quiso que fuera y que, por quererlo, lo amó con su Voluntad Infinita y Creadora.
Señores, estamos como ante un abismo hacia arriba, como ante la cumbre infinita de la Divinidad sabia, justa y bondadosa de Quien todo y todos somos creaturas.
En la Creación hay encerrado, por ende, un acto de Amor, acto infinito en su origen; finito, múltiple, variado y equilibrado en todos sus efectos.
En medio de todas las discusiones leales de los hombres; y digo leales porque muchas las guía la pasión, el orgullo, la vanidad o el interés; en medio de todas aquellas queremos concluir lo que es de lo discutido. Cada vez que nos encontramos con la Verdad de lo que es nos encontramos también con Aquel Pensamiento infinito de Dios que lo pensó primero y lo quiso amándolo para que fuera.
Estos son los Derechos de la Verdad y los Derechos del Amor.
En cada acierto, en cada afirmación correcta, en la defensa viril de la Verdad, en la humildad de reconocerla cuando la afirma el adversario, en la búsqueda afanosa de decir con justeza y de vivir con justicia, en todo eso hay como un atisbo de la Verdad y del Amor que son de Dios. Por eso Verdad y Amor van juntos como están juntos en Dios. No puedo pelear por la Verdad y la Doctrina y no ser veraz y justo en mi conducta. El respeto de la Verdad exige el respeto del Amor; de nada vale la Doctrina en quien no tiene caridad para decirla y enseñarla. Claro está que es grandioso defender la Verdad pero esa Verdad debe salvarnos sinó haríamos sólo la obra efímera de mostrarla sin seguirla. Por eso el Evangelio de San Juan encierra tres frases profundísimas de Nuestro Señor Jesucristo:
San Juan III, 21: “Quien hace, pues, la Verdad llega a la luz”. (No sólo decirla sinó decirla y hacerla)
San Juan XVII, 17: “Santifícalos en la Verdad”. (Verdad, entonces, que debiera santificar).
San Juan VIII, 32: “La Verdad os hará libres”. (Con la libertad más grande de quien sirve a la Gracia y vive de ella).
La Verdad y el Amor, como en Dios mismo, van juntos en la obra de Dios. La Verdad y el Amor de Él proceden y por eso merecen la reverencia de nuestra inteligencia y la condescendencia de nuestra voluntad; es como una genuflexión de nuestras almas a lo que Dios pensó y quiso de cosas y hombres.
Esta especie de genuflexión espiritual que es esa reverencia y aquella condescendencia deben regir nuestros estudios, la defensa de la Doctrina, la enseñanza, la discusión respetuosa con quien dice o piensa distinto, aún lo que digamos al que yerra.
Así hizo siempre la Santa Iglesia, nunca dejó de decir la Verdad, nunca la ensombreció para alcanzar favores o componendas, nunca dejó de llamar error o herejía a lo que lo era aunque rezó por el hereje y le esperó maternalmente para que se convirtiera. Con más razón todavía no podemos defender la Verdad y la Doctrina gastando nuestras horas en hablar mal de los demás, en hacer lucir defectos personales, en denigrar a los otros por cosas que no hacen ni a la Verdad ni a la Doctrina y menos al Amor. Por eso dirá San Pablo a su discípulo San Timoteo: “Atende tibi et doctrinae” (I Tim. IV, 16) “Considérate a ti y a la doctrina”, se bueno y di Verdad.
Quizás, y nó sin ayuda foránea, muchas veces sucede hoy lo contrario en quienes defienden la Fe. Recordemos: La Fe, la Verdad, el Amor tienen Derechos impostergables. No es normal, criterioso ni justo defenderlos hiriendo innecesariamente a los demás, pero sí es imperativo defenderlos. Tampoco es normal, criterioso ni justo sentirse atacado e insultado cuando alguien de buena manera y con razones nos arguye en contrario. La Verdad y el Amor ponen sus condiciones para decirlas y para escucharlas.
La Fe es, sobremanera, reverencia a la Verdad de Dios, necesariamente entonces debe ser reverencia a su Amor, a su Gracia, a la muerte de su Hijo Quien por todos murió, por nosotros, por nuestros adversarios, por nuestros enemigos. No abdiquemos la Verdad, no renunciemos al Amor de Dios y de los otros. Por la Verdad de confesarse Hijo de Dios y por el bien de salvarnos murió Jesucristo Nuestro Señor. El discípulo ha de seguir a su Maestro, los Santos siempre obraron así.

Ave María Purísima

18 de Octubre del 2008

+ Mons. Andrés Morello.

viernes, 31 de octubre de 2008

Fiesta de Cristo Rey


CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Ordenada por S. S. Pío XI para el día de Cristo Rey (último domingo de octubre), compuesta por S.S. León XIII

Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Sacratísimo.
Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve, se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.

Mirad, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no suene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud, a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos! Amén.

Lea el texto completo de la encíclica Quas Primas de S.S. Pio XI proclamando al mundo la realeza de Cristo, su dominio sobre las almas de los individuos y sobre la sociedad.


Padre Esquives