¡Oh Dios!, que ennobleciste a la Orden del Carmelo con el singular título de la beatísima Virgen María tu Madre: concédenos propicio que cuantos hoy celebramos solemnemente su conmemoración, fortalecidos con su valimiento merezcamos llegar a los goces sempiternos. (Oración Colecta de la Misa de la Fiesta)
Siendo tan célebre y tan autorizada en la Iglesia la fiesta do nuestra Señora del monte Carmelo, llamada vulgarmente (en otras partes) la fiesta del Escapulario, es muy justo referir su historia en este día, singularmente consagrado a tan santa devoción, aprobada por tantos pontífices, confirmada con tantos milagros, establecida con tanto fruto en casi todas las partes del mundo cristiano, y en todas con tan visible provecho de los fieles. Hacia muchos siglos que los padres carmelitas florecían en la Iglesia, con especialidad en el Oriente, donde a pesar del furor de los bárbaros, de los sarracenos y de los musulmanes, se mantenían encarcelados en las cavernas del monte Carmelo, tomando de aquí el nombre de carmelitas. Hacía, vuelvo a decir, muchos años que florecía en el Oriente esta sagrada familia, tan célebre y tan respetable por su pública y especial devoción a la santísima Virgen, cuando los europeos pasaron a la Palestina con el fin de libertar los cristianos y los santos lugares donde se obró nuestra redención de la opresión de los infieles; y enamorados no menos de la virtud que de la penitente vida de aquellos santos ermitaños del monte Carmelo, los persuadieron que se trasladasen a Europa. En efecto, hacia la mitad del siglo decimotercio pasaron algunos de ellos a Francia en compañía del santo rey san Luis, y fue su primer establecimiento en cierta ermita a una legua de Marsella, llamada el Aigallades. Declaróse por su protector el piadosísimo monarca, y los extendió por otras muchas partes de sus estados, mientras algunos de ellos resolvieron embarcarse para Inglaterra, donde la divina Providencia les tenia destinado un sujeto, que por su extraordinario mérito y por su rara santidad muy en breve había de dar grande esplendor a su orden. Era el célebre Simón Stock, inglés de nación, de las más nobles familias del país, pero más esclarecido por su inocencia y por su eminente virtud, que por su ilustre nacimiento (La Colombier, Serm. 35). Prevenido desde su niñez con extraordinarias gracias, a los doce años de edad fue conducido a un desierto por el espíritu de Dios. Practicó desde luego penitencias increíbles: sustentábase de raíces y de yerbas; una clara fuentecilla le ofrecía el agua para apagar la sed; su cama, su celda y su oratorio se reducían al hueco de un viejo tronco, donde solo podía estar en pie, tan estrecho, que no le permitía revolverse a ningún lado; y de aquí se le dio el sobrenombre de Stock, que en lengua inglesa quiere decir tronco de árbol. Su continuo ejercicio era la oración, con la cual se purificó lauto aquella alma, que los ángeles, cuya pureza igualaba, casi nunca le abandonaban en aquella soledad. Al mismo paso que su asombrosa penitencia, crecía también la tierna devoción que casi desde la cuna había profesado á la santísima Virgen; y aseguran los autores de su vida que los más de los días le visitaba esta Señora en su desierto, donde era tan íntima y tan familiar su conversación con Dios, que los espirituales consuelos de su alma parecían auroras o precursores de las dulzuras del cielo. Treinta y tres años llevaba Simón de aquella angelical vida, cuando entraron en Inglaterra los ermitaños del monte Carmelo, que habían venido de Oriente, y comenzaron a mostrar en aquel reino el mismo fervoroso celo que les había adquirido tanta veneración y tanto honor en toda la Palestina. Tuvo noticia de su arribo el santo solitario por una revelación; y habiéndole declarado la santísima Virgen cuan grata era aquella orden a sus maternales ojos, y que sería muy de su agrado que él se agregase a ella, dejó al punto el desierto, buscó a los padres, arrojóse a sus pies, y abrazó su instituto sometiéndose a su gobierno. No hay mayor prueba de la especial estimación que hizo entonces la Reina de los cielos de aquella dichosa orden, que haberle dado al más querido de todos sus fieles siervos. Parece que la Virgen santísima se había encargado, por decirlo así, de formarle por su mano desde sus más tiernos años, y de enriquecerlo con los más preciosos dones, sólo para regalársele a aquella orden tan querida suya y para que fuese muy presto uno de sus mayores ornamentos. Admitido Simón entre los religiosos del Carmen no echó de menos la compañía de los ángeles que gozaba en el desierto. Apenas hizo la profesión religiosa cuando deseó pasar a la Tierra Santa para beber en la fuente del espíritu doble que había animado al gran Elías. Visitó descalzo los lugares santos que el Salvador consagró con su presencia; y llegando al monte Carmelo, se detuvo seis años en él, haciendo una vida tal, que se pudo llamar un éxtasis continuado, sin otra comunicación en todo aquel tiempo que con los espíritus celestiales. Dícese también que la santísima Virgen cuidó de sustentarle de un modo milagroso. Vuelto, en fin, a Inglaterra, extendió por toda ella aquel fuego divino que se apoderó de su corazón en el monte Carmelo; de manera que, comunicado a toda la isla, no quedó menos asombrada de las portentosas conversiones que se seguían a su predicación, que de los frecuentes milagros con que eran acompañadas. Íbale disponiendo la gracia como por diversos grados de perfección a más singulares favores que el cielo le preparaba. Elevado al cargo de superior general por unánime consentimiento de sus hermanos, se aplicó con el mayor empeño a avivar el sagrado fuego de la devoción a la Virgen en una orden que se honraba con su nombre, y aun se gloriaba de haberle dedicado altares casi desde el nacimiento de la Iglesia.
Tuvieron su efecto los esfuerzos de su fervoroso celo, porque el devoto general tuvo el consuelo, no solo de ver renovada en la orden con nuevo fervor la tierna devoción a la Madre de Dios, sino de verla igualmente extendida y comunicada a todos los pueblos. Creció en Simón la confianza con la ternura, y se sintió movido interiormente a pedir interiormente a la Reina da los cielos algún nuevo y especial favor, así para la orden, como para los fieles. Después de muchos años de lágrimas, de penitencias y de ruegos, se rindió. al fin, la Madre de misericordia a las instancias de su fidelísimo siervo. Dice la historia que un día se le apareció esta Señora, rodeada de innumerable multitud de espíritus celestiales con un escapulario en la mano, y alargándoselo al santo, le dijo estas dulces palabras: «Recibe, amado hijo mío, este escapulario para ti y para tu orden, como una prenda de mi especial benevolencia y protección, que sirva de privilegio a todos los carmelitas Dilectissime fili, recipe tui ordinis scapulare meae; confraternitalis signum tibi, et cunctis carmelitis privilegium. Por esta librea se han do conocer mis hijos y mis siervos. Ecce signum salutis: en él te entrego una señal de predestinación, y como una escritura de paz y de alianza eterna: Fadus pacis, et pacti sempiterni: con tal que la inocencia de la vida corresponda a la santidad del hábito. El que tuviere la dicha de morir con esta especial divisa de mi amor, no padecerá el fuego eterno, y por singular misericordia de mi querido Hijo gozará de la bienaventuranza : In quo quis moriens, aeternum non patietur incendium.» Apenas se publicó en el mundo una devoción de tanto consuelo y de tanto provecho, hecha a un varón tan santo, cuando los reyes y los pueblos tomaron a competencia el escapulario de la Virgen, y se alistaron en la cofradía dedicada a su servicio. Creció la ansiosa y devota competencia con los muchos milagros que obró Dios para manifestar lo mucho que le agradaba aquella devoción. Por tanto, se puede en algún modo decir que, entre todos los piadosos ejercicios que el cielo ha inspirado a los fieles para honrar a la Madre de Dios, acaso no hay otro más ruidoso que el de su santo escapulario, pues parece que ningún otro ha sido confirmado con tantos y tan auténticos prodigios. ¡Cuántos incendios se han apagado con su virtud (P. La Colombier)! ¡cuántas veces, dice un gran siervo de Dios, se conservó el mismo escapulario ileso en medio de las llamas! ¡cuántas libertó hasta los vestidos y hasta los cabellos de muchos que se hallaron envueltos entre voraces incendios! Hoy mismo se experimenta a cada paso de cuánto auxilio es el santo escapulario en los naufragios. Pocos hay que alguna vez no hayan sido testigos de lo que respetan las olas a esta sagrada divisa. Se ha visto a muchos, que, cayendo eu los ríos o en el mar, quedaron como suspendidos en las aguas, escapándose de una muerte inevitable por virtud del santo escapulario. No pocos, precipitados de espantosos despeñaderos, se mantuvieron como suspensos en el aire, sostenidos milagrosamente del escapulario asido a la punta de un peñasco. Detiene hasta la violencia del trueno, y divierte la dirección del rayo a pesar de su velocidad y sutileza. ¡Cuántas fiebres mortales y contagiosas, cuántas violentas tentaciones, cuántas enfermedades incurables desaparecieron por la virtud del santo escapulario! Nunca acabaríamos si se quisieran referir lodos los funestos accidentes, todos los géneros de muertes de que ha preservado a los verdaderos siervos de María esta piadosa devoción. Notorio es a todo el mundo lo que sucedió en el último sitio de Montpelier a la vista de todo un ejército. Recibió un soldado en el asalto un mosquetazo en el pecho sin padecer lesión alguna, habiéndose detenido la bala como por respeto en la superficie anterior del santo escapulario. Fue testigo de esta maravilla el mismo rey Luis XIII de feliz y triunfante memoria a cuya vista el devoto monarca se vistió luego aquella santa cota, como lo hizo san Luis luego que se descubrió al mundo este tesoro. El difunto rey Luis el Grande, cuyo famoso reinado, inmortal en la memoria por tantos prodigiosos sucesos, será la admiración de los siglos, este gran monarca, desde los primeros años de su floreciente imperio se puso bajo la protección de la Virgen, tomando su santo escapulario. A su imitación hicieron lo mismo muchos príncipes; y habiendo ya quinientos años que se estableció en la Iglesia esta devoción, cada día se extiende, se aviva y se aumenta más en todas las naciones con indecible, con inmenso provecho de los fieles. Luego que se descubrió fue aprobada por los vicarios de Cristo; porque, sabiendo muy bien la santísima Virgen que las más especiosas devociones no son estimables mientras la silla apostólica no las autorice, la misma soberana Reina dio a conocer al papa Juan XXII los privilegios singulares de esta devoción, como lo afirma el mismo papa en su bula Sacratissimo, de la que hacen mención en las que expidieron en favor del santo escapulario los papas Alejandro V, Clemente VII, Paulo III, Paulo IV, san Pío V y Gregorio XIII; de suerte que siete grandes pontífices conspiraron, por decirlo así, en encender más y más esta devoción en el corazón de los fieles, por el sinnúmero de indulgencias que concedieron a los que se alistasen en tan piadosa cofradía. ¿Qué prenda más dulce, ni de mayor consuelo de la especial protección de María? ¿ qué motivo más sólido para fundar una piadosa confianza ? El que solicitó esta divisa de la especial protección de la Madre de Dios fue uno de sus más amantes siervos, y él mismo es quien asegura haberla conseguido. Autorizóla el cielo por el oráculo de los vicarios de Cristo y por la voz de los milagros. Ningún ca tólico duda de esta poderosa protección. Sábese que san Buenaventura no señala otros límites a lo que puede la intercesión de María, que los que reconoce el poder de Dios. Asegura san Antonino que, para alcanzar, no ha menester mas que pedir. Adelanta el bienaventurado Pedro Damiano que se presenta al trono de su Hijo, no ya como sierva sino como Madre, y que sus súplicas pueden tener como fuerza de decretos: Accedit ad aureum humanae reconciliationis altare, non orans, sed imperans, domina, non ancila. ¿Cómo es posible que sea eternamente infeliz, dice el mismo padre, un hombre por quien María haya intercedido una sola vez? Aeternum va non sentiat, pro quo tel semel oraverit María. Al abad Gualrico, discípulo de san Bernardo, le parece ser casi lo mismo merecer uno la protección de la Virgen, que asegurarse de la posesión del paraíso: Nullatenus censendum est majoris esse felicilatis habitare in sinu Ábrahae, quám in sinu Mariae?, Bien sabidos son los devotos afectos de san Anselmo en este particular. Cree que no es posible perecer en el servicio de la Reina de los
ángeles; a ella dirige estas palabras tan memorables y tan frecuentemente repetidas: Omnis ad te conversus, et á te respectus, impossibile est ut pereat. No dijo menos que todos los demás san Germán, obispo de Constantinopla, cuando dijo que la protección de la Virgen era muy superior a todo cuanto nosotros podíamos concebir: Patrocinium Virginis majus est, quám ut possit intelligentia apprehendi. No solo consiguen en esta vida la protección particular de la santísima Virgen los que traen su devoto escapulario, sino que también la disfrutan en la otra los que le trajeron en esta, y fueron verdaderos siervos de María. Una madre tan tierna y tan amorosa no parece posible que dejase de moverse a piedad, si viese padecer por largo tiempo los tormentos del purgatorio a sus queridos hijos. Así los tesoros de la Iglesia, que con tanta profusión han derramado los sumos pontífices en favor de los cofrades del escapulario, como la parte que tiene cada uno de ellos en las oraciones y en las buenas obras de la cofradía y de la religión del Carmelo, contribuyen mucho al alivio y más pronta libertad de los cofrades. Es cierto que la santísima Virgen a ningún alma sacará nunca del infierno pero tiene muchos medios para hacer que el pecador no muera en la impenitencia final, como una falsa confianza no sea causa de que se conserven en pecado los falsos devotos de María. Son sin duda muy ilustres y muy auténticos la mayor parte de los milagros que ha obrado Dios en favor del santo escapulario, y es razón dar un piadoso asenso a la historia del bienaventurado san Simón Stock; pero nunca el mismo que debemos a las cosas reveladas a la santa Iglesia. Tampoco se puede dudar por otra parte que la Iglesia haya autorizado una devoción tan aprobada. Y en fin, no es verosímil (dice el mismo devoto de Maria, de quien hemos sacado la sustancia de esta historia) que un Dios tan sabio como poderoso permitiese que se fundase sobre una fábula una devoción que le había de ser agradable, como lo está manifestando cada día, queriendo hacerla célebre con tan grande número de prodigios.
MEDITACIÓN. DE LA DEVOCIÓN Á LA SANTÍSIMA. VIRGEN.
PUNTO PRIMERO.
Considera que lo que excita más el amor y la devoción a una persona es el mérito, la gratitud y el poder, La base, por decirlo así, de la devoción que se profesa a los santos, es el concepto que se forma de sus virtudes , la experiencia de lo mucho que pueden con Dios, el conocimiento de su inclinación a hacernos bien, y la memoria de las gracias y beneficios que se han recibido por su intercesión. Admiramos sus virtudes, veneramos y respetamos su poder, en esto, y singularmente en su caridad con los que están unidos a ellos con una misma unión, fundamos nuestra confianza. Pues ahora, entre todos los santos que están en la patria celestial, ¿cuál de ellos tuvo más sublime santidad, cuál tiene más poder con Dios, ni de quién hemos recibido tantos beneficios como de la santísima Virgen? Más pura, más santa, más perfecta desde el primer instante de su vida que todos los santos juntos en la hora de la muerte. ¿Qué trono hay en el cielo más elevado que el suyo, superior al de todos los espíritus bienaventurados? Solo el trono de Dios es superior al trono de María. ¿Pues qué honores, mi Dios, qué homenajes no se le deben tributar? ¡Cuánto respeto, cuánta devoción, cuánto culto le debemos rendir! Es la Madre de Dios, la Reina del cielo, la Soberana del universo, la Emperatriz de los ángeles y de los hombres; no debemos, pues, admirarnos de que la veneración, la ternura y la sólida devoción a la Madre de Dios baya comenzado, por decirlo así, con la misma Iglesia; ¡Qué veneración tan profunda, qué devoción tan tierna (dice san Ildefonso) profesaron los apóstoles a la Madre del Salvador! Por satisfacer a la devota curiosidad de los primeros cristianos hizo san Lucas tantos retratos de la Virgen. Aseguran algunos autores que, aun viviendo esta Señora, le consagraron los fieles muchas capillas y oratorios. ¡Con qué elocuencia y con qué celo predicaron a los fieles las grandezas de María todos los padres de los primeros siglos, exhortándolos a una viva confianza en su poderosa protección! ¡Qué consuelo, Virgen santa (exclama san Epifanio) el de estar consagrados a vos desde nuestra tierna infancia! ¡qué dicha la de vivir a la sombra de vuestro patrocinio! Amemos a María (dice san Bernardo), amémosla con la mayor ternura; jamás se desprenda de nuestros labios su dulcísimo nombre; esté perpetuamente grabado en nuestro corazón. ¡Oh, y qué copioso manantial de gracias es la devoción á la Virgen!
PUNTO SEGUNDO.
Considera que, si las grandezas de María, si su eminente , su incomparable santidad excitan nuestra veneración, y exigen todos nuestros respetos; el gran poder que tiene con Dios, y el amor de madre con que mira a todos los hombres, merecen bien toda nuestra confianza. Acércase al trono de Dios, dice san Pedro Damiano, no como sierva que pide, sino como soberana que intercede: Domina, non ancilla: y aquel Hijo todopoderoso, que se deja obligar de las lágrimas de los mayores pecadores, ¿podrá negar cosa alguna a la intercesión de su divina Madre? ¿Puede uno ser verdadero siervo de la Madre, puede llevar su librea, y ser mal recibido del Hijo? Siendo, como dicen los padres, la dispensadora o repartidora de las gracias del Redentor, es preciso que tengan particular derecho a estas gracias los que están en su servicio. Cristo, dicen los mismos padres, es la fuente de las gracias; María es el canal por donde se derivan a nosotros. Basta estar en el servicio de un grande, basta llevar su librea, para tener parte en sus favores, para gozar de los privilegios de su casa, correspondientes a su clase y nacimiento. ¿Pues quién podrá dudar de la protección de María, si tiene la dicha de ser devoto suyo? ¡Ninguno duda de su poder; tampoco se puede dudar de su bondad y de su beneficencia. Estremécese todo el infierno al solo nombre de María, nada le irrita más que el ver a los fieles alistarse en su servicio y profesarle una tierna devoción; pero esto mismo debe excitar nuestro amor, nuestra confianza y nuestro celo. Es señal de reprobación el mirar a esta Señora con frialdad, o con indiferencia. No hay más dulce consuelo, no hay dicha mayor, ni más llena, que profesarle una constante devoción y una perfecta confianza. ¿Qué hay que temer, una vez que la Madre de Dios nos tome bajo su protección ? Si nos guía esta estrella de la mañana, no nos descaminaremos; somos pecadores, es nuestro refugio; estamos afligidos, es nuestro consuelo. Llena está la vida de escollos y de peligros; mas no hay que temerlos con la asistencia de esta Protectora: es formidable la muerte; pero en aquella hora tan crítica estará lleno de aliento y de confianza un verdadero devoto de la Madre de Dios. ¡Ah, Señor, y cuánto es mi dolor de haber tenido hasta aquí tan poco celo, tan poco amor y tan poca devoción a vuestra divina Madre! y si algún tiempo hice profesión de honrarla, y de contarme en el número de sus hijos, ¿qué muestras di de mi alistamiento y de mi ternura? ¡No me desechéis, Madre de misericordia, pues quiero consagrarme de nuevo a vuestro servicio; quiero llevar vuestra librea; alcanzadme gracia para sostener con la inocencia y con la pureza de costumbres la pública profesión que voy a hacer de estar alistado en el número de vuestros devotos siervos.
JACULATORIAS.
Mater misericordia, vita, dulcedo, spes nostra, salve. (Eccles.) Dios te salve, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Dignare me laudare te, Virgo sacrata: da mihi virtutem contra hostes tuos. (Eccles.) D ignaos, Virgen sacratísima, aceptar las alabanzas que quiero tributaros, y dadme valor para oponerme a vuestros enemigos.
PROPÓSITOS.
1. Es cierto que honramos a la santísima Virgen con aquellos interiores afectos de amor y de respeto, que están como grabados en nuestros corazones hacia sus virtudes y hacia su persona; pero no es menos cierto que, cuando estos afectos se manifiestan hacia afuera, es tanto mayor su gloria, cuanto es mayor el número de los testigos a cuyos ojos se descubre nuestro celo por su santo servicio; y como esta Señora es más agradecida de lo que se puede explicar, dobla a proporción su ternura y su liberalidad. En esto logran una gran ventaja los cofrades del escapulario sobre otros devotos de la Virgen; pues como su declaración por el servicio de la Virgen parece no puede ser más pública que llevando su librea, también parece queda la misma Señora más obligada a declararse en su favor cuando se ofrecen ocasiones de protegerlos. Estima tu fortuna, reconoce tu dicha, si tienes la de traer su escapulario y estar alistado en esta santa cofradía. Si no la tienes, no pierdas tiempo, y solicítala cuanto antes. Todos, sean del estado que fueren, pueden ser admitidos en ella; pues con ningunas otras son incompatibles sus obligaciones. No te contentes con lograr tú solo ésta dicha, solicita que logren la misma tus hijos y tus triados; lo que para ti y para toda tu casa será un manantial perenne de felicidades.
2. Es error muy pernicioso lisonjearse de ser verdadero devoto de María, mientras se está en desgracia de su Hijo. A la verdad, la devoción a la santísima Virgen es un medio muy poderoso para conseguir la gracia de la conversión; pero es preciso no poner estorbos a esta gracia, es menester que la inocencia y la pureza de costumbres prueben la devoción a esta Señora. Querer ser su devoto y ser pecador, es contradicción. No es menos una ilusión persuadirse que por haber ayunado una vez, o comulgado en una de sus fiestas, estamos ya muy introducidos en su gracia, y que no se nos pueden cerrar las puertas del paraíso. Las obligaciones de los que traen el escapulario son fáciles y ligeras, pero son obligaciones; y así nunca te dispenses en ellas. Reza todos los días siete Padre nuestros y siete Ave Marías, como tributo que deben pagar todos los que traen esta piadosa librea; comulga todas las festividades de la Virgen, y los sábados hazle algún obsequio particular, como ayunar en ellos, o cosa equivalente. Da todos los años algún público testimonio de tu amor a tu divina Protectora; renuévale todos los meses y todas las semanas y aun todos los días, ya rezándole regularmente el santo rosario, ya su Oficio Parvo, o a lo menos el de su inmaculada Concepción. Muchos cofrades comen de vigilia todos los miércoles, otros, en lugar de esta abstinencia, dan alguna buena limosna, o rezan el rosario entero. En fin, no se te pase día sin honrar el santo escapulario con alguna devoción o mortificación.
(Para bajar en PDF, fuente Católicos Alerta: http://www.catolicosalerta.com.ar/santoral/07-16ntra-sra-del-carmen.pdf )
1 comentario:
Hermosa reflexión! Indigno uno de portar tan grande favor del Cielo...
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