miércoles, 27 de mayo de 2015
EL DON DE SABIDURÍA (Dom Gueranger, El Año Litúrgica)
EL DON
DE SABIDURÍA
El segundo favor que tiene destinado el Espíritu divino
para el alma que le es fiel en su
acción es el don de Sabiduría superior aún al de Entendimiento. Con todo eso, está unido a este último en cierto sentido, pues el objeto mostrado al
entendimiento es gustado y poseído por el don de Sabiduría. El salmista, al invitar al hombre
a acercarse a Dios, le recomienda guste del soberano bien: "Gustad, dice, y experimentaréis que el Señor es suave"(1). La Iglesia, el mismo día de
Pentecostés, pide a Dios que gustemos el bien, recta sapere, pues la unión del alma con Dios es más bien sensación de gusto que
contemplación, incompatible ésta en nuestro estado actual. La luz que derrama el don de
Entendimiento no es inmediata, alegra vivamente al alma y dirige su sentido a la verdad; pero
tiende a completarse por el don de Sabiduría, que viene a ser su fin.
El Entendimiento
es, pues, iluminación; la Sabiduría es unión. Ahora bien, la unión con el Bien supremo se realiza por medio de la voluntad, es
decir, por el amor que se asienta en la voluntad. Notamos esta progresión en las jerarquías
angélicas. El Querubín brilla por su inteligencia, pero sobre él está el
Serafín, hoguera de amor. El amor es ardiente en el Querubín como el
entendimiento ilumina con su clara luz al Serafín; pero se diferencia el uno
del otro por su cualidad dominante, y es mayor el que está unido más
íntimamente a la divinidad por el amor, aquel que gusta el soberano bien.
El séptimo don
está adornado con el hermoso nombre de don de Sabiduría, y este nombre le viene de la Sabiduría eterna a la que aquel tiende a
asemejarse por el ardor del afecto.
Esta Sabiduría increada que permite al hombre gustar de
ella en este valle de lágrimas es el Verbo divino, aquel mismo a quien llama el Apóstol
"el esplendor de la gloria del Padre y figura de su sustancia"(2); aquel que nos envió el
Espíritu para santificarnos y conducirnos a él, de suerte que la obra más grande de este divino
Espíritu es procurar nuestra unión con aquel que, siendo Dios, se hizo carne y se hizo obediente
hasta la muerte y muerte de cruz (3). Jesús, por medio de los misterios realizados en su
humanidad, ha hecho que tomemos parte en su divinidad; por la fe esclarecida
por la Inteligencia sobrenatural "vemos su gloria, que es la del hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad"(4),
y así como él participó de nuestra humilde naturaleza humana, así también él, Sabiduría
increada, da a gustar desde este mundo esta Sabiduría creada que el Espíritu
Santo derrama en nosotros como su más excelente don.
¡Dichoso aquel
que goza de esta preciosa Sabiduría, que revela al alma la dulzura de Dios y de lo que pertenece a Dios! "El hombre animal no
percibe las cosas del Espíritu de Dios", nos dice el Apóstol (5); para
gozar de este don es preciso hacerse espiritual, entregarse dócilmente al deseo
del Espíritu, y le sucederá como a otros que, después de haber sido como él,
esclavos de la carne, fueron libertados de ella por la docilidad al Espíritu
divino, que los buscó y encontró.
El hombre, algo
elevado, pero de espíritu mundano, no puede comprender ni el objeto del don de Sabiduría ni lo que entraña el don de Entendimiento.
Juzga y critica a los que han recibido estos dones; dichosos ellos si no se les opone,
si no les persigue. Jesús lo dijo expresamente: "El mundo no puede recibir
al Espíritu de verdad, pues no le ve ni le conoce"(6).
Bien saben los que tienen la dicha de tender al bien
supremo que es necesario conservarse libres totalmente del Espíritu profano,
enemigo personal del Espíritu de Dios. Desligados de esta cadena, podrán
elevarse hasta la Sabiduría.
Este don tiene
por objeto primero procurar gran vigor al alma y fortificar sus potencias.
La vida entera está tonificada por él, como sucede a los
que comen lo que les conviene. No hay contradicción ninguna entre Dios y el alma, y he aquí
porqué la unión de ambos es fácil.
"Donde está el Espíritu de Dios allí se encuentra la
libertad", dice el Apóstol (7). Todo es fácil para el alma, bajo la acción
del Espíritu de Sabiduría. Las cosas contrarias a la naturaleza, lejos de amilanarla, se le hacen suaves y al corazón no lo
aterra ya tanto el sufrimiento. No solamente no se puede decir que Dios se halla lejos del
alma a quien el Espíritu Santo ha colocado en tal disposición, sino que es evidente la unión
de ambos. Ha de cuidar, sin embargo, de tener humildad; pues el orgullo puede
apoderarse de ella y su caída será tanto mayor, cuanto mayor hubiese sido su
elevación.
Roguemos al
Espíritu divino y pidámosle que no nos rehúse este precioso don de Sabiduría que nos llevará a Jesús, Sabiduría infinita. Un sabio de
la antigua ley aspiraba a este favor al escribir estas palabras, cuyo sentido perfecto sólo
percibe el cristiano: "Oré y se me dió la prudencia; invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de
Sabiduría” (8). Es necesario pedirlo con instancia. En el Nuevo Testamento, el apóstol
Santiago nos invita a ello con apremiantes exhortaciones: "Si alguno de
vosotros, dice, necesita Sabiduría, pídasela a Dios, que a todos da con
largueza y sin arrepentirse de sus dones; pídala con fe y sin vacilar" (9).
Aprovechándonos de esta invitación del Apóstol, oh Espíritu divino, nos
atrevemos a decirte: "Tú, que procedes del Padre y de la Sabiduría, danos
la Sabiduría. El que es la Sabiduría te envió a nosotros para que nos
congregaras con él. Elévanos y únenos a aquel que asumió nuestra débil
naturaleza. Sé el lazo que nos estreche por siempre con Jesús, medio sagrado de
la unidad, y aquel que es Poder, el Padre, nos adoptará por herederos suyos y
coherederos de su Hijo”(10).
1.
Ps., xxxiu, 9.
2. Hebr., I,
3.
3. Philip., II,
8.
4. S. Juan, I,
14.
5. I Cor., II,
14.
6.
S. Juan, XIV, 17.
7. II Cor., III,
17.
8. Sap., Vil, 7.
9. S. Jacob, I,
5.
10. Rom,, VIII,
17.
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