miércoles, 27 de mayo de 2015
EL DON DE PIEDAD (Dom Gueranger, El Año Litúrgico)
EL
DON DE PIEDAD
El don de Temor
de Dios está destinado a sanar en nosotros la plaga del orgullo; el don de
piedad es derramado en nuestras almas por el Espíritu Santo para combatir el
egoísmo, que es una de las malas pasiones del hombre caído, y el segundo
obstáculo a su unión con Dios. El corazón del cristiano no debe ser ni frío ni
indiferente; es preciso que sea tierno y dócil; de otro modo no podría elevarse en el camino al que Dios, que
es amor, se ha dignado llamarle.
El Espíritu Santo
produce, pues, en el hombre el don de Piedad, inspirándole un retorno filial
hacia su Creador. "Habéis recibido el Espíritu de adopción, nos dice el
Apóstol, y por este Espíritu llamamos a Dios: ¡Padre! ¡Padre!"(1). Esta
disposición hace al alma sensible a todo lo que atañe al honor de Dios. Hace
que el hombre nutra en sí mismo la compunción de sus pecados, a la vista de la
infinita bondad que se ha dignado soportarle y perdonarle, con el pensamiento de
los sufrimientos y de la muerte del Redentor. El alma iniciada en el don de
Piedad desea constantemente la gloria de Dios; querría llevar a todos los
hombres a sus pies, y los ultrajes que recibe le son particularmente sensibles.
Goza viendo los progresos de las almas en el amor y los sacrificios que este
amor les inspira para el que es el soberano bien. Llena de una sumisión filial
para con este Padre universal que está en los cielos, está presta a cumplir todas
sus voluntades. Se resigna de corazón a todas las disposiciones de la providencia.
Su fe es sencilla
y viva. Se mantiene amorosamente sometida a la Iglesia, siempre pronta a
renunciar a sus ideas más queridas, si se apartan de su enseñanza o de su
práctica, teniendo horror instintivo a la novedad y a la independencia.
Esta ofrenda a
Dios que inspira el don de Piedad al unir el alma a su Creador por el afecto
filial, le une con un afecto fraterno a todas las criaturas, porque son la obra
del poder de Dios y porque le pertenecen.
En primer lugar,
en los afectos del cristiano animado del don de Piedad se colocan las criaturas
glorificadas, en los que Dios se regocija eternamente, y que ellas se regocijan
de él para siempre. Ama con ternura a María, y está celoso de su honor; venera
con amor a los santos; admira con efusión a los mártires, y los actos heroicos
de virtud cumplidos por los amigos de Dios; ama sus milagros, honra
religiosamente las reliquias sagradas.
Pero su afecto no es sólo para las criaturas coronadas en
el cielo; las que están aún aquí tienen gran acogida en su corazón. El don de Piedad
le hace encontrar en ellas a Jesús en persona. Su benevolencia para con sus
hermanos es universal. Su corazón está dispuesto al perdón de las injurias, a
soportar las imperfecciones de otro, excusando las faltas del prójimo. Es
compasivo con el pobre, solícito con el enfermo. Una dulzura afectuosa revela
el fondo de su corazón; y en sus relaciones con los hermanos de la tierra se le
ve siempre dispuesto a llorar con los que lloran, a regocijarse con los que se
regocijan.
Tal es, Espíritu
divino, la disposición de los que cultivan el don de Piedad que has derramado en
sus almas. Por este beneficio inefable neutralizas el triste egoísmo que
marchita su corazón, le libras de esta aridez odiosa que hace al hombre
indiferente con sus hermanos, y cierras su alma a la envidia y al rencor. Por
eso ha tenido necesidad de esta piedad filial para su Creador. Ha enternecido
su corazón, y este corazón se ha fundido en un vivo afecto por todo lo que sale
de las manos de Dios. Haz que fructifique en nosotros tan precioso don; no
permitas que sea sofocado por el amor a nosotros mismos. Jesús nos ha animado
diciendo que su Padre celestial "hace salir su sol sobre los buenos y los
malos" (2); no consientas, Paráclito divino, que indulgencia tan paternal
sea ejemplo perdido, y dígnate desarrollar en nuestras almas este germen de
sacrificio, de benevolencia y de compasión que has colocado allí cuando tomabas
posesión de ella por el Bautismo.
1. Rom., VIII,
15,
2.
Mat., V, 45
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