sábado, 25 de octubre de 2014
Cristo Rey
Fiesta
de Cristo Rey
La Iglesia
quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la
fe de Cristo. Las naciones, en conjunto, se han convertido al Señor, que las
trajo, con los acontecimientos sobrenaturales, los beneficios de una
civilización completamente desconocida del mundo antiguo. Pero, desgraciadamente, hace ya dos siglos que
un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones, a Francia
particularmente: el laicismo.
Consiste
éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre
toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida
social y política. Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de los
Judíos deicidas: “No queremos que reine sobre nosotros”. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia
de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas
partes.
Han
declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han
intentado imponer a la Iglesia, aunque inútilmente, una constitución cismática;
han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la
sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes
eternos; han introducido el desorden en la familia con la ley del divorcio, han
suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas. Y,
finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.
(Dom Gueranger)
"Ya está en uso desde hace mucho tiempo
el atribuir a Cristo en un sentido metafórico el título de Rey, por razón de la
excelencia y eminencia singulares de sus perfecciones, por las cuales sobrepuja
a toda criatura. Y nos expresamos de ese modo para afirmar que es el Rey de las
inteligencias humanas, no tanto por la penetración de su inteligencia humana y
la extensión de su ciencia, cuanto porque es la misma Verdad y los mortales
necesitan buscar en él la verdad y aceptarla con obediencia. Se le llama Rey de
las voluntades, no sólo porque a la santidad absoluta de su voluntad divina
corresponden la integridad y la sumisión perfecta de su voluntad humana, sino
también porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, somete a Sí
nuestra libre voluntad, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para
acciones nobilísimas. A Cristo se le reconoce finalmente como Rey de los
corazones, a causa de su caridad, que excede a todo conocimiento y de su
mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre
alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano,
ni tampoco se verá en lo porvenir.
"Con todo, no se podría negar, sin
cometer un grave error, que el reinado de Cristo-hombre se extiende también a
las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal
modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su
imperio..." (Pio XI, Quas Primas)
CONSAGRACION
DEL GÉNERO HUMANO AL SAGRADO CORAZON DE JESUS
"Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano,
miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar: vuestros somos y
vuestros queremos ser; y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos,
todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro
Sacratísimo Corazón. Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos,
despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo,
compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón
Santísimo! ¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han
alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado, haced que
vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria.
Sed Rey de
aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven
separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe,
para que en breve se forme un solo rebaño bajo de un solo Pastor.
Sed Rey de
los que permanecen aún envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo; dignaos atraerles a todos a la luz de vuestro reino. Mirad
finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro
tiempo fue vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, como bautismo de
redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron.
Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura
a vuestra Iglesia; otorgad a todos la tranquilidad en el orden; haced que del
uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: "Alabado sea el
Corazón divino, causa de nuestra salud; a Él se entonen cánticos de honor y de
gloria por los siglos de los siglos. Así sea."
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