martes, 7 de octubre de 2014
Victoria contra los musulmanes, Fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Rosario
HISTORIA DE LA FIESTA. — La fiesta del
Rosario la instituyó San Pío V en
recuerdo
de la victoria de Lepanto sobre los turcos. Ya se sabe que, en el siglo XVI,
los discípulos de Mahomet, después de apoderarse de Constantinopla, de Belgrado y de Rodas, pusieron en peligro serio a
toda la cristiandad. El Papa San Pío V, aliado del Rey de España Felipe II y de
la República de Venecia, les declaró la guerra. Don Juan de Austria, que
llevaba el mando de la flota, recibió órdenes de trabar batalla lo más pronto
posible y, por eso, al saber que la flota turca se encontraba en el golfo de Lepanto, fue allí a atacarla. El encuentro ocurrió el 7
de octubre de 1571, junto a las islas de Corfú (Equinadas). En aquel instante,
en todo el mundo las cofradías del Rosario oraban con confianza. Los soldados de
D. Juan se pusieron de rodillas para implorar el auxilio del cielo y, aunque
eran muchos menos, empezaron el combate.
Después de una lucha terrible de cuatro horas, de trescientos barcos enemigos,
sólo cuarenta pudieron huir; los demás fueron hundidos y 40.000 turcos encontraron
la muerte. Europa se había salvado.
Al mismo tiempo y conforme se iban desarrollando estos sucesos, San Pío
V tuvo la visión
de la victoria; se arrodilló para dar gracias a
Dios y determinó que en lo sucesivo, el 7 de octubre se celebrase una fiesta en
honor de Nuestra Señora de la Victoria, cuyo título fue cambiado por Gregorio XIII
en este otro de Nuestra Señora del Rosario.
EL
ROSARIO.— Si la costumbre de recitar Padrenuestros y Avemarias remonta a
remotísima' antigüedad, la oración meditada del Rosario tal como hoy la
tenemos, se atribuye a Santo Domingo. Es cierto, al menos, que él y sus hijos trabajaron
mucho en propagarle y de él hicieron su arma principal en la lucha contra los herejes
Albigenses, que en el siglo XIII infectaban el sur de Francia.
Tiene por fin su práctica hacer revivir en nuestras
almas los misterios de nuestra salvación
acompañando
la meditación de los mismos con la recitación de decenas de Ave Marías, precedidas
del Padre nuestro y seguidas .del Gloria,
al Padre. A primera vista, la recitación de tantas
Ave Marías puede parecer monótona, pero en realidad, con un poco de
atención y costumbre, la meditación siempre nueva y más honda de los misterios
de nuestra salvación da variedad y abundancia. De todos modos se puede decir
sin exageración que en el Rosario se encuentra
toda la Religión y como un resumen de todo el cristianismo:
el Rosario
es el resumen de la fe: es decir, de
las verdades que tenemos que creer; el Rosario
nos
las presenta de una forma sensible y viva, y a la exposición de esas verdades
junta la
oración
en que se implora la gracia de comprenderlas mejor para gustarlas más todavía;
el Rosario es
el resumen de la Moral: pues toda
la Moral se resume en seguir e imitar a Aquel que es "el Camino, la Verdad
y la Vida". Ahora bien,, precisamente por. la oración del Rosario obtenemos,
de María la gracia y la fuerza de imitar a su divina Hijo;
el Rosario es el resumen del culto: porque, uniéndonos a Cristo en. los misterios meditados,
tributamos
al Padre; la adoración en espíritu y en verdad que espera de nosotros; y nos
unimos a Jesús y a María para pedir con Ellos y por Ellos las gracias de que
tenemos necesidad; finalmente,.
el Rosario
nutre las virtudes teologales y
nos ayuda a intensificar nuestra caridad fortaleciendo las virtudes de esperanza y de
fe, pues, "por la meditación frecuente de estos misterios, el alma se
inflama de amor y de agradecimiento por las pruebas de dilección que Dios nos
ha dado; desea con ansia la recompensa celestial que Jesucristo ganó para los
que se unan a El imitando sus ejemplos y participando de sus dolores. Durante
este rezo la oración se expresa con palabras que vienen del mismo Dios del Arcángel Gabriel y de la Iglesia; está lleno de
alabanzas y de saludables peticiones; se renueva y se prolonga en un orden
determinado y variado a la vez; produce frutos de piedad siempre nuevos y
siempre dulces" (Encícl. Octobri
mense, 22 de septiembre de 1891)
PLEGARIA
A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO.
Te saludo,
María, en la suavidad de tus misterios gozosos, y primeramente en la santa
Encarnación, que te hizo Madre de mi Salvador y Madre de mi alma, y te doy
gracias por la dulce
claridad que has traído al mundo.
¡Oh Nuestra
Señora de la alegría! Enséñanos las virtudes que hacen mansos los corazones
y haz que, en este mundo, donde abundan los dolores,
caminen tus hijos en la luz de Dios
para que, cogidos de tu mano maternal, logren alcanzar
y poseer un día de modo completo el
término con que los sostiene tu corazón, es decir, el
Hijo de tu amor, Jesucristo Señor Nuestro.
Te saludo
María, Madre de los Dolores, en los misterios de más amor, en la Pasión y en
la muerte de mi Señor Jesucristo; y, juntando mis
lágrimas con las tuyas, querría amarte tanto,
que mi corazón, traspasado con el tuyo por los clavos
que desgarraron a mi Salvador, sangrase
con la misma sangre de los Corazones sagrados del Hijo
y de la Madre. Y te bendigo, oh
Madre del Redentor y Corredentora, en el rojizo esplendor
del Amor crucificado, te bendigo
por este sacrificio, que ya antes aceptaste en el
Templo y que hoy consumas, ofreciendo en
perfecto holocausto a la justicia de Dios a ese Hijo de
tu cariño y de tu virginidad. Te bendigo
por la sangre preciosa que ahora corre para lavar los
pecados de los hombres, la cual tuvo su
origen en tu Corazón purísimo; y te ruego, oh Madre, que me lleves a las cumbres del amor
a que sólo se puede llegar mediante una intima unión
con la Pasión y con la muerte de nuestro
muy amado Señor Jesús.
Te saludo, oh
María, en la gloria de tu Majestad Real.
Los dolores de la tierra han dado paso a los goces infinitos, y su púrpura de
sangre te ha tejido el manto maravilloso que conviene a la Madre del Rey de
reyes y a la Reina de los Ángeles. En el esplendor de tus triunfos, Señora
digna de nuestro amor, permíteme simplemente levantar mis ojos hacia ti. Mejor
que las palabras, te dirán ellos el amor de este hijo tuyo y las ansias que
tiene de pasar su eternidad mirándote con Jesús, porque eres bella y eres
buena, ¡oh Clementísima, oh Piadosa, oh Dulce Virgen María!
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