viernes, 26 de marzo de 2010

POR QUE DEBEMOS HONRAR A MARIA DOLOROSA

Todo nos invita a la devoción hacia María.
En la Trinidad augusta, el Padre la hizo su criatura primogénita, el Hijo la eligió como Madre, el Espíritu Santo, su Esposa. La Iglesia eco fiel de la voz de Dios, no hace mas que inculcarnos esta saludable devoción y la piedad cristiana ha respondido a sus llamados multiplicando en cien y mil maneras las demostraciones de su amor, de su obsequio a la Virgen Reina. Pero de todas las devociones a María, tiene mas excelencia la que la considera en sus dolores, Corredentora del género humano.



I. Dios ha estampado en nuestro corazón un sello de su bondad por el cual naturalmente nos sentimos inclinados a compadecer al que sufre.
Contemplemos a María; ¿quién ha sufrido más que Ella? Su dolor se asemeja según el profeta Jeremías, a un mar del cual no se ven los límites ni la profundidad, y San Bernardino de Sena ha escrito, que, si ese dolor se hubiese repartido entre todos los hombres, cada uno tendría tanto como para morir. Además, entre los que sufren, nos mueven más fácilmente a compasión los inocentes y los que padecen con paciencia y resignación. ¿Quién más inocente que María? ¿Ella toda Santa e Inmaculada?¿Quien ha dado pruebas de la más invicta fortaleza, soportando los más acerbos dolores sin exhalar un lamento, Antes, sometiendo en todo a la Voluntad de Dios que la hería? ¡Oh! Ciertamente, no puede dejar de conmover nuestros corazones una criatura tan grande, tan inocente, y al mismo tiempo, tan abismada en un inmenso piélago de dolor. Sin embargo, no es raro encontrar cristianos, que inclinados a conmoverse con el relato de dolores imaginarios permanecen insensibles ante el dolor de María. A estos con cuanta razón podría repetir la Virgen, aquellas tiernas palabras: “Audierunt quia ingemisco ego, et non est qui consoletur “ “Esos mis hijos han oído mis penas y, no obstante, ninguno se ha movido a compasión.”
Alma cristiana, ¿estarás también tu entre estos seres tan duros ante el dolor casi infinito de tan incomparable criatura?

II. Si contemplada María con los ojos naturales invita de tal manera nuestro ánimo a compadecerla, ¿Qué diremos si la contemplamos con los ojos de la Fe? Entonces ya nos aparece, no como una simple criatura, aún cuando grande por haber sufrido una serie de contingencias posibles de acontecer en la vida, sino como la Virgen incomparable, elegida por Dios pare ser la Madre del Verbo Encarnado y, por esto mismo, asociada a la obra sublime de la redención humana. ¡Qué motivos no tenemos entonces para dirigirnos a Ella y agradecerle los beneficios inmensos que nos ha merecido con su vida llena de amarguras y de angustias! Y tanto mas debemos estarle reconocidos por cuanto tan inmensos dolores ha padecido por nosotros, en un impulso de amor espontáneo, desinteresado, generoso. Sacrificar a su Hijo Unigénito, entregarlo a la muerte mas despiadada y, con Él sacrificarse a sí mismo y someterse al más acerbo martirio; ¡he aquí la obra de María por nosotros!
Y ¿podremos permanecer indiferentes ante este espectáculo? ¿podremos simular desconocer esas penas que fueron causa de nuestra salvación?
Con mucha razón, cada uno de nosotros, respecto de María, puede repetirse las palabras que el santo Tobías dirigió a su hijo: “Por todo el tiempo de tu vida honra a tu madre, ya que no debes olvidarte cuáles y cuántas penas ha sufrido por ti”, y las ha sufrido, podemos añadir, no para la vida terrenal que termina, si para la celestial, la sola verdad, que no termina nunca.

III. ¡Conveniencia, reconocimiento, justicia!
Sí; también la justicia nos reclama a los pies de María Dolorosa, porque sus dolores son obra nuestra.
En efecto; la finalidad del martirio de la Virgen no ha sido solamente nuestra salud; nuestros pecados han sido causa. Nosotros, que recogemos ese fruto precioso fuimos los verdugos que con nuestras culpas –por cuya remisión Jesús y María se inmolaron- asestamos el golpe que, quitando la vida al autor de la misma, ocasionaba en el corazón de la Madre una agonía de muerte.
Por lo tanto ¿No es justo que pensemos en esas penas, que con nuestra pasión y gratitud expresemos a la Virgen toda nuestra amargura por haber sido la causa de las mismas?
Sin ningún derecho, más aún, contra todo merecimiento hemos alcanzado con los dolores de la Virgen abundantes frutos de salvación; recordando pues esos dolores y honrándolos en particular manera reconoceremos los beneficios recibidos y rendiremos homenaje a nuestro benefactor. ¿Y no es esto acaso, un deber de justicia?
María sufrió injustamente para que no sufriésemos lo que merecíamos por nuestros pecados y ¿podremos regalarle, a título de compensación, un recuerdo para sus aflicciones un tributo de sincero afecto y de tierna compasión? Nuestra ingratitud sería demasiada negra, harto manifiesta la injusticia, asaz desconsiderada nuestra manera de obrar.
A nosotros se impone el deber de recordar incesantemente la voz del Espíritu Santo: “Gemitus Matris tuae ne obliviscaris!”. “¡No te olvides de los gemidos de tu Madre!” Reflexionemos si hasta ahora hemos cumplido con este nuestro deber que nos impone la conveniencia, la gratitud, la justicia, y reparando la negligencia del pasado, propongámonos para el futuro estar siempre más unidos a la Virgen en la meditación de sus acerbos dolores.


PRÁCTICA.- Proponed lo que deseáis hacer durante este mes en honor de María Dolorosa.

ORACIÓN
¡Madre nuestra de los Dolores; bien justo es que honremos vuestras inmensas penas!
Haced que nuestros corazones fríos e impotentes para tanto deber sean compenetrados del verdadero espíritu de devoción, que sientan por vuestras penas la compasión sincera que los lleve a la detestación del pecado y a la práctica de las más excelsas virtudes.

viernes, 19 de marzo de 2010

DEVOCIÓN DE LOS TREINTA DÍAS A SAN JOSÉ


Por la señal, etc.

Pésame, etc.


¡Oh amabilísimo Patriarca San José! Desde el abismo de mi pequeñez y miseria os contemplo con emoción y alegría de mi alma en vuestro trono del cielo, como gloria y gozo de los Bienaventurados, pero también como padre de los huérfanos en la tierra, consolador de los tristes, amparador de los desvalidos, auxiliador de los Ángeles y Santos ante el trono de Dios, de vuestro Jesús y de vuestra santa Esposa.
Por eso yo pobre, desvalido, triste y necesitado, a Vos dirijo hoy y siempre mis lágrimas y penas,mis ruegos y clamores del alma, mis arrepentimientos y mis esperanzas; y hoy especialmente os traigo ante vuestro altar y vuestra imagen una pena que consoléis, un mal que remediéis, una desgracia que impidáis, una necesidad que socorráis, una gracia que obtengáis para mi y para misseres queridos. Y, para conmoveros y obligaros a oírme y conseguírmelo, os lo pediré y demandaré durante treinta días continuos, en reverencia a los treinta años, que vivisteis en la tierra con Jesús y María: y os lo pediré, urgente, y con-fiadamente, Invocando todos los títulos que tenéis para compadeceros de mí, y todos los motivos que tengo para esperar que no dilataréis el oír mi petición, y remediar mi necesidad; siendo tan cierta mi fe en vuestra bondad y poder, que al sentirla os sentiréis también obligado a obtener y darme más aún de lo que os pido y deseo.


1) Os lo pido por la bondad divina que obligó al Verbo Eterno a encarnarse y nacer en la pobre naturaleza humana, como Hijo de Dios, Dios Hombre y Dios del hombre.
2) Os lo suplico por vuestra ansiedad inmensa al sentiros obligado a abandonar a vuestra santa Esposa.
3) Os lo ruego por vuestra resignación dolorosísima para buscar un establo y un pesebre para palacio y cuna de Dios nacido entre los hombres.
4) Os imploro por la dolorosa y humillante Circuncisión de vuestro Jesús, y por el santo, glorioso y dulcísimo nombre que le impusisteis por orden del Eterno.
5) Os lo demando por vuestro sobresalto al oír del Ángel la muerte decretada contra vuestro Hijo Dios, por vuestra obedientísima huida a Egipto, por las penalidades y peligros del camino, por la pobreza extrema del destierro y por vuestras ansiedades al volver de Egipto a Nazaret.
6) Os lo pido por vuestra aflicción dolorosísima de tres días, al perder a Vuestro Hijo, y por vuestra consolación suavísima al encontrarle en el templo, y por vuestra felicidad inefable de los treinta años que tuvisteis en Nazaret con Jesús y María sujetos a vuestra autoridad y providencia.
7) Os lo ruego y espero por el heroico sacrificio, con que ofrecisteis la víctima de vuestro Jesús al Dios Eterno para la cruz y para la muerte por nuestros pecados y nuestra redención.
8) Os lo demando por la dolorosa previsión que os hacía todos los días contemplar aquellas manos infantiles, taladradas después en la cruz por agudos clavos; aquélla cabeza que se reclinaba dulcísimamente sobre vuestro pecho, coronada de espinas; aquel cuerpo divino que estrechabais contra vuestro corazón, desnudo, ensangrentado y extendido sobre los brazos de la Cruz, aquel último momento en que le veíais expirar y morir.
9) Os lo pido por vuestro dulcísimo tránsito de esta vida en los brazos de Jesús y María y vuestra entrada en el Limbo de los Justos y al fin en el cielo.
10) Os lo suplico por vuestro gozo y vuestra gloria, cuando contemplasteis la Resurrección de vuestro Jesús, su subida y entrada en los cielos y su trono de Rey inmortal de los Siglos.
11) Os lo demando por vuestra dicha inefable cuando visteis salir del sepulcro a vuestra santísima esposa resucitada, y ser subida a los cielos por los Ángeles y coronada por el Eterno, y entronizada en un solio junto al vuestro.
12) Os lo pido y ruego y espero confiadamente por vuestros trabajos, penalidades y sacrificios en la tierra, y por vuestros triunfos y glorias y feliz bienaventuranza en el cielo con vuestro Hijo Jesús y vuestra esposa Santa María.


¡Oh mi buen Patriarca San José! Yo, inspirado en las enseñanzas de la Iglesia Santa y de sus Doctores y Teólogos, y en el sentido universal del pueblo cristiano, siento en mí una fuerza misteriosa, que me alienta y obliga a pediros y suplicaros y esperar me obtengáis de Dios la grande y extraordinaria gracia que voy a poner ante vuestra imagen y ante vuestro trono de bondad y poder en el cielo.



Aquí, levantando el corazón a lo alto, se le pedirá al Santo, con amorosa instancia la gracia que se desea.


Obtenedme también para los míos y los que me han pedido ruegue por ellos, todo cuanto desean y les es conveniente. San José rogad por nosotros; Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.


ORACIÓN Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como intercesor en los cielos. Oh Dios, que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.



Esta devoción es muy cristiana y teológica muy recomendable y eficaz para conmover ese poder y bondad del Santo Patriarca y para alcanzar por su medio las gracias más difíciles y extraordinarias.
Las razones de esta afirmación son las siguientes:
a) La materia doctrinal de esa Oración es la más teológica y completa.
b) El fin general de ella, el más devoto y grato al Santo: honrar la memoria de los treinta años que vivió con Jesús y María en la tierra.
c) Los títulos que se invocan, poderosísimos para mover el corazón del Santo.
d) La forma ferviente en que está escrita es de fe vivísima, de ternura sensible, y de urgente e irresistible instancia... Es el alma toda la que en todas sus frases pide y suplica, gime y llora, conmueve y triunfa de las resistencias del mismo Dios.
e) Y si a todo se añade la insistencia y perseverancia durante treinta días en tan larga y vehemente súplica del alma, no será temerario afirmar según el dogma católico que es una oración teológica y cristiana, eficaz e irresistible.
f) No hay en ella nada de superstición o revelación o infalibilidad o algo imposible o impropio. Por el contrario lo que se pide y se confía conseguir es sencillamente algo muy conveniente y necesario; aunque difícil y extraordinario; pero nada de milagros infalibles y a plazos fijos y por modos y prácticas supersticiosas. Todo está fundado en el dogma católico de la oración e intercesión de los Santos, y en la creencia y confianza del pueblo cristiano en el poder y bondad del Santo Patriarca. La práctica de esta devoción ha de ser muy sencilla. Récese la oración treinta días consecutivos, y será más eficaz rezarla ante la imagen o altar del Santo; pero cuando eso no sea posible, puede rezarse en la casa particular. Se recomienda mucho la comunión, al menos los miércoles de esos treinta días.

(Tomada de Misa Tridentina)

miércoles, 3 de marzo de 2010

Sacerdote Anglicano Convertido de verdad al Catolicismo

Conversión del Padre Roberto Hugo Benson al Catolicismo

He aquí en qué términos refiere el abate Degranges la entrevista tenida con Roberto Hugo Benson, durante el período de conferencias que daba este en los Estados Unidos de América en la primavera de 1914.
Benson tenía entonces 43 años. Era hijo del arzobispo anglicano de Cantórbery. Pastor protestante, renunciando a las ventajas materiales que su cargo y familia le ofrecían, convencido de la verdad del Catolicismo, lo abrazó con entusiasmo y lealtad. Murió en 1914.Escribe el abate Degranges:
“-He venido, le dije, para saber de usted cuál fue el motivo poderoso que le hizo abandonar de un golpe la sin igual y ventajosa situación que ocupaba en la Iglesia Anglicana, para unirse a nosotros, los católicos.
-La autoridad de la Iglesia Católica. Yo había pensado siempre que la verdadera Iglesia fundada por Cristo debía ser un guía capaz de conducir a la salvación con toda seguridad a la gran caravana humana. Lo que me hizo dudar de la Iglesia Anglicana y me separó de ella, fue porque no nos dá una dirección segura en ninguno de los puntos esenciales de doctrina o moral. Ministro de la religión, yo predicaba y frente a todos los problemas que se me presentaban, mis superiores me dejaban en la incertidumbre y me abandonaban a mi iniciativa personal.
-Comprendo; sufría usted por no ser gobernado.
-Póngase usted en mi lugar, señor abate, y comprenderá mejor las dificultades insolubles en que yo me debatía.
Por ejemplo, yo me había confesado desde mi juventud y creía en la eficacia de la confesión. Un colega que predicaba juntamente conmigo y en nuestra misma parroquia creía lo contrario. Preguntamos a nuestro obispo para que nos instruyera; pero él se excusó.
¿Debíamos enseñar que la Eucaristía contiene la realidad viviente de Cristo, o que solamente es un símbolo? La misma respuesta ambigua.
Cristo, ¿es realmente Dios hecho hombre o solamente un gran profeta? Nos perdíamos todos los anglicanos en un abismo de controversias sin fin.
Sobre la misma noción de Dios mis colegas protestantes no llegaban a ponerse de acuerdo. La mayor parte creen en un Dios personal, pero otros en una divinidad lejana y misteriosa, más o menos confundida con el universo. Un ministro anglicano de Suiza llegó a decir delante de mí: Dios es un gran punto de interrogación, nimbado de esperanza.
¿Cómo hubiera yo podido creer por más tiempo que mi Iglesia Anglicana, pequeña barca perdida entre las nieblas del Támesis, incapaz hasta ese punto de guiar a sus propios fieles era la Iglesia verdadera, siendo la Iglesia, como es natural que sea, el medio universal de llevar a todos los hombres a la salvación?
Recorriendo el mundo hallé en todas partes, lo mismo en las pequeñas aldeas que en las grandes ciudades, iglesias y misioneros católicos, cuyas soluciones sobre todos los puntos que me atormentaban eran perfectamente fijas y coherentes. Los sacerdotes católicos, señor abate, están en todas partes y hace ya dos mil años que enseñan lo mismo. Esto no puede ser sino porque tienen la Verdad.
Desde entonces el Protestantismo me parecía como echando aún en el océano humano algunas boyas de cristianismo, planchas dispersas a las que cada uno puede agarrarse como quiera y como le sea más fácil. El catolicismo que me puse a estudiar a fondo, se presentó entonces a mis ojos como un navío gigantesco, de robustos flancos, conducido por una tripulación disciplinada y cuyo timón lleva con mano fuerte un piloto, un Papa, notable desde hace veinte siglos por la fijeza de su dirección. No vacilé más. Subí a mi vez al gran navío que conduce a las almas y he hallado ahora esa quietud incomparable de la conciencia; la certeza.
La Iglesia Católica es una gran compañía de seguros contra el peligro intelectual. Es un gobierno inmutable y fuerte que disipa todas nuestras dudas y asegura todos nuestros pasos, nos levanta en nuestras debilidades y nos apartad de nuestras desviaciones. Por eso me he unido a Ella para siempre.”
Benson, Roberto Hugo (1871-1914), Sacerdote católico inglés, insigne convertido, notable escritor y polemista.

lunes, 1 de marzo de 2010

Marzo Mes de San José

SAN JOSÉ,


Esposo de la Bienaventurada Virgen María

Teniendo, pues, qué comer, y con qué cubrimos,contentémonos con esto.(1 Timoteo, 6, 8).
San José fue esposo legal de María y padre nu tricio de Jesús. Bastan estas dos palabras para su elogio. La gran humildad de que dio pruebas ejerciendo el oficio de carpintero, la solicitud con que rodeó la infancia del Salvador, su respeto para con la Madre de Dios, lo hicieron digno de morir en los brazos de Jesús y de María. ¡Oh dulce muerte! ¿Quieres tú morir como él? Imita sus virtudes e invoca su protección.




MEDITACIÓNSOBRE LA VIDA DE SAN JOSÉ

l. San José mereció, por su pureza, el honor de ser elegido por Dios para ser el esposo de su Madre. ¡Qué gloria para ti, oh gran santo, mandar a una esposa omnipotente en el cielo y en la tierra! Imita la pureza, la humildad y la modestia de José, y María se mostrará contigo llena de ternura. Para que llegues a ser un gran santo, haz, siguiendo el ejemplo de San José, todas tus acciones pensando que Dios te ve.





II. Fue el padre nutricio de Jesús, y Jesús le estaba sometido. Admira la humildad del Salvador, que, pudiendo nacer en el palacio de Augusto o de Herodes, prefiere elegirse un padre pobre y desconocido, un padre que debe trabajar con sus manos para procurarle alimento y vestido. A ejemplo de San José, nunca te separes de Jesús: que en todos tus actos sea tu compañero, conversa a menudo con Él. Haz un lugar a Jesús en medio de tus hijos: que tu Señor venga a tu familia, que tu Creador se acerque a su creatura. (San Agustín).





III. San José murió en brazos de Jesús y de María. Tú también quieres terminar tu existencia con una muerte dichosa y santa: ten una gran devoción a San José. Nos asegura Santa Teresa que ha obtenido todo lo que ha pedido por los méritos de San José. Pídele esta última gracia que debe coronar tu vida y hacerte comenzar una eternidad de dicha. Con frecuencia durante tu vida, y sobre todo en la hora de tu muerte, pronuncia los tres hermosos nombres de Jesús, María y José.
La devoción a San José Rogad por los agonizantes.



ORACIÓN
Haced, Señor, que los méritos del bienaventurado José, esposo de vuestra Santísima Madre, nos ayuden, a fin de que obtengamos por su intercesión lo que nuestra flaqueza no puede merecer. Vos que, siendo Dios, vivís y reináis por todos los siglos de los siglos. Amén.


ORACIÓN A SAN JOSÉ DEL PAPA LEÓN XIII


Prescrita por el Papa León XIII para después del rezo público del Rosario durante el mes de octubre,

A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado San José, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro Patrocinio. Por el afecto que os unió la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, por el amor paternal que profesasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su que Jesucristo conquistó con su Sangre y que nos socorráis con vuestro poder en nuestras necesidades. Proteged, oh prudentísimo Custodio de la Sagrada Familia, el linaje escogido de Jesucristo; preservadnos Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción, sednos propicio y asistidnos desde el Cielo, poderosísimo Protector nuestro, en el combate que al presente libramos contra el poder de las tinieblas. Y del mismo modo que, en otra ocasión, librasteis del peligro de la muerte al Niño Jesús, defended ahora a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y contra toda adversidad. Amparad a cada uno de nosotros con vuestro perpetuo patrocinio; a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos y sostenidos por vuestro auxilio, podamos vivir santamente, morir piadosamente y obtener la felicidad eterna del Cielo. Amén.













FRAGMENTOS DE ALGUNOS ESCRITOS SOBRE SAN JOSÉ

PÍO XII:
QUAMQUAM PLURIES, Encíclica sobre la devoción a San José, 15/8/1889. (León XIII)(Enlace)
SANTA TERESA DE JESÚS (Vida, 6)
"Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra ­que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar­, así en el cielo hace cuanto le pide.
Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.
Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad que de espíritu, queriendo se hiciese muy curiosamente y bien, aunque con buen intento. Mas esto tenía malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era lleno de imperfecciones y con muchas faltas. Para el mal y curiosidad y vanidad tenía gran maña y diligencia. El Señor me perdone.
Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío."
Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no haya yo errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado."
SAN JUAN BOSCO, (Charlas)
"Entre las prácticas de piedad en honor de este gran patriarca, esposo de María, padre nutricio de Jesucristo, Santa Teresa recomienda mucho, como eficaz medio para obtenernos su protección, el dedicarle todo el mes de marzo, en el cual cae su fiesta [...]
Invocándolo también con jaculatorias. Por ejemplo, durante el estudio decid en vuestro corazón : Sancte Ioseph, ora pro me; ayudadme a ocupar bien el tiempo de estudio y de clase. Si os viene alguna tentación : Sancte Ioseph, ora pro me. Al levantaros por la mañana : Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Al acostaros: Jesús José y María, asistidme en mi última agonía.
No olvidéis que es el protector de todos los trabajadores y que lo es también de los jóvenes que estudian. Porque el estudio es trabajo."
ORÍGENES, (Homilía XVIII)
"Cuando Jesús tenía 12 años, se queda en Jerusalén. Sus padres, que lo ignoraban, lo buscan con solicitud y no lo encuentran. Lo buscan entre sus amistades, lo buscan en la caravana, lo buscan entre los conocidos, y entre todos éstos no lo encuentran [...]. Aprende donde lo encontraron los que le buscaban, y tú buscándolo con José y María lo encontrarás."
ISIDORO DE SEVILLA, (Algunas alegorías de la escritura 138)
"José es el tipo (imagen) de Cristo, que fue destinado para guardar la Santa Iglesia sin mancha ni arruga."
SAN BERNARDO, (Homilía sobre la Virgen Madre, 2)
"Aquel José vendido por la envidia de sus hermanos y llevado a Egipto, prefiguró la venta de Cristo; este José, huyendo de la envidia de Herodes, llevó a Cristo a la tierra de Egipto. Aquél, guardando lealtad a su Señor, no quiso consentir al mal intento de su señora; éste, reconociendo virgen a su Señora, Madre de su Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose él mismo en toda castidad. A aquél le fue dada la inteligencia de los misterios de los sueños; éste mereció ser sabedor y participante de los misterios soberanos. Aquél reservó el trigo no para sí, sino para el pueblo; éste recibió el Pan Vivo del cielo para guardarle para sí y para todo el mundo. Sin duda, este José con quien se desposó la Madre del Salvador fue hombre bueno y fiel. Siervo fiel y prudente a quien constituyó Dios consuelo de su Madre, proveedor del sustento de su cuerpo."
SAN JUAN CRISÓSTOMO, (Homilía sobre San Mateo, 8)
"[...] Dios, amador de los hombres, mezcla trabajos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos sus santos. Ni los peligros, ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo José."
"[...] José no se escandalizó ni dijo : eso parece un enigma. Tú mismo hacías saber no ha mucho que Él salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender un viaje y sufrir un largo desplazamiento : Eso es contrario a tu promesa. José no discurre de ese modo, porque es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el Ángel lo había dejado indeterminado, puesto que le había dicho : «Está allí hasta que yo te diga» (Mt. 2, 13)".
SANTO TOMÁS, (Suma Teológica 3, q. 29, a. 1)
"José quiso despedir a María no para unirse a otra mujer ni por sospechar en ella alguna falta, sino por reverencia, lleno de un santo temor de vivir al lado de una tan grande santidad. Y, casado con María, por el testimonio de José se comprobó el nacimiento virginal de Cristo".
BEATO CLAUDIO DE LA COLOMBÈRE, (Panegírico de San José, Exordio)
"Aunque no hubiera otra razón para alabar a San José, habría que hacerlo, me parece, por el solo deseo de agradar a María. No se puede dudar que ella tiene gran parte en los honores que se rinden a San José y que con ello se encuentra honrada. Además de reconocerle por su verdadero esposo, y de haber tenido para él todos los sentimientos que una mujer honesta tiene para aquel con quien Dios la ha ligado tan estrechamente, el uso que él hizo de su autoridad sobre ella, el respeto que tuvo con su pureza virginal le inspiró una gratuidad igual al amor que ella tenía por esta virtud y, consiguientemente, un gran celo por la gloria de San José [...]".
PÍO XII, (Alocución del 7 - IX - 1947)
"¿Queréis amados hijos, ganar de nuevo a los hombres para Cristo y para la Iglesia? - Para Cristo : ningún hombre ha estado tan cercano al Redentor por lazos domésticos, por relaciones cotidianas, por espiritual armonía y por la vida divina de la gracia, como José, de la estirpe de David, pero también humilde obrero manual. - Para la Iglesia : él es el Patrono de la Iglesia Universal."
SAN BERNARDINO DE SIENA, (Sermón 2)
"Si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen María, ya que por medio de ella recibió a Cristo, de modo semejante le debe a San José, después de ella una especial gratitud y reverencia."
SAN BERNARDINO DE SIENA, (Sermón 2)
"Hemos de suponer, sin duda alguna, que aquella misma familiaridad, respeto y altísima dignidad que Cristo tributó a José mientras vivía aquí en la tierra, como un hijo con su padre, no se la ha negado en el cielo ; al contrario, la ha colmado y consumado".
SAN BERNARDINO DE SIENA, (Sermón 7) "Fue elegido por el padre eterno como fiel cuidador y guardián de sus más preciados tesoros, a saber, de su Hijo y de su esposa; cargo que el cumplió con absoluta fidelidad."