viernes, 31 de julio de 2009

La reflexión que llevó a la victoria


“Pensarlo dos veces me ayudó a elegir mejor”, “considerarlo con detenimiento me dejó pensar en lo que decidía”, “reflexionarlo con detenimiento y apartado de toda presión me dio la mejor parte”.

Esto con frecuencia sucede en la vida diaria y en nuestros negocios y transacciones económicas; además la reflexión y consideración de lo que debía estudiar para ganarme el sustento el día de mañana, de aquello que iba de acuerdo a mi inclinación, de aquello para lo que soy más hábil, de aquello que es mi vocación, me permitió desarrollarme y hacer mi trabajo con gusto. ¡Que decisión feliz la del que trabaja con gusto porque eligió adecuadamente! Pero si esto vale para las cosas materiales ¡Cómo no decirlo y con mayor certidumbre sobre nuestro último fin de la vida, sobre lo bienes espirituales que nos deben dar la felicidad eterna!
Muchos han sido prudentes y se han tomado tiempo para reflexionar, para pesar el porqué de su vida, para recordar que no han sido creados para esta vida, que ella no es suficiente para llenar su deseo natural de felicidad eterna, que esa felicidad no se puede alcanzar aquí suficientemente sino que deben preparar su futuro en esa vida que no termina. A estos hombres los llamamos santos, porque han aprehendido como allanar el camino, como llegar debidamente a su último fin.
Un ejemplo.

San Ignacio de Loyola

Fue un soldado por vocación, entregado en su juventud con todas sus facultades, a las batallas temporales. Pero si bien esa era su inclinación natural, eso era lo que le llenaba espíritu, debía reflexionar todavía sobre aquel fin a que todos debemos llegar. La oportunidad se la dio la Providencia Divina en su oficio de soldado. Una herida en la batalla de Pamplona en el año 1521, peleando contra los franceses, le obligó a quedarse en cama tras una grave herida, en las dos piernas, provocada por la bala de un cañón.

Pasando muchos días en este estado y para evitar el fastidio de la espera pidió libros de caballería, como solía leer, que no encontrándose en casa le obligaron a leer la vida de Nuestro Señor Jesucristo y la vida de los Santos o Flos Sanctorum. La lectura reflexionada sobre estos libros poco a poco fue descubriendo en él y en sus espíritu guerrero y generoso su verdadera vocación.

Sí, debía alistarse en un ejercito que le llevara a la verdadera victoria, que le alcanzara el Cielo.

Y aquellos días de dolor y reflexión le llevaron a tomar la decisión de gloria. Fue un heroe de las batallas de eternidad. Hoy lo veneramos en los altares, porque supo elegir a su capitán, Jesucristo, supo ser soldado fiel y “combatir el buen combate” de la Fe al frente de la caballería ligera que él fundó para el servicio de Dios, la Compañía de Jesús.

¡Feliz reflexión, Feliz determinación, para la Mayor Gloria de Dios, y la salvación de muchas almas! Dios permita que sea este el tiempo de nuestra reflexión y nuestra buena elección, siguiendo estos ejemplos y pensando en el futuro que Dios nos tiene prometido.


¡Ave Maria Purísima!


R.P. Esquives.

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