miércoles, 13 de mayo de 2009

La alta venta de la Masoneria Italiana (I)

"Corromper para destruir a la Iglesia"

LA ALTA VENTA DE LA MASONERÍA ITALIANA.

En 1825 una Comisión especial nombrada por S.S. León XII y presidida por Mons. Tomás Bernetti, gobernador de Roma, condenó a muerte, por varios asesinatos cometidos a traición, a dos carbonarios: Angel Targhini y Leónidas Montanari.
Sin embargo, se les comunico que en atención al Jubileo que se es­taba celebrando, esa pena se les conmutaría si pedían perdón y se reconciliaban con la Iglesia y con el Cielo.
Camino del cadalso, varios sacerdotes amonestan con suavidad a los sentenciados, que permanecen obstinados.
Ya ante el verdugo, mientras un gentío inmenso reza arrodillado, Targhini grita: “Pueblo, muero inocente, franc-masón, carbonario e impenitente". Y es decapitado.
Montanari tomó entre sus manos la cabeza de su compañero ajusticiado y les dijo a los sacerdotes que lo exhorataban; "Esto..., es una cabeza de una adormidera que acaba de ser cortada".
Los diarios de Francia y de Inglaterra aprovecharon la ocasión pa­ra acusar a la Santa Sede de crueldad y de "represión" y para glori­ficar como mártires a los vulgares asesinos.
Mientras tanto, el jefe de la Alta Venta le escribe a uno de sus cómplices, Vindice, la siguiente carta, con su seudónimo de Nubius;
"He asistido con la ciudad entera a la ejecución de Targhini y de Montanari; pero los prefiero muertos que vivos. El complot que loca­mente había preparado con el fin de inspirar el terror no podía tener éxito, y pudo habernos comprometido; pero su muerte rescata estos pecadillos. Han caído con valor, y éste espectáculo fructificará. Gritar a voz en cuello, en la plaza del Pueblo en Roma, en la ciudad ma­dre del Catolicismo, en la cara del verdugo que os coge y del pueblo que os mira, que se muere inocente, franc-masón e impenitente, es al­go admirable; tanto más admirable cuanto que es la primera vez que semejante cosa ocurre. Montanari y Targhini son dignos de nuestro martirologio, puesto que no se dignaron aceptar ni el perdón ni la reconciliación con el Cielo. Hasta este día, los condenados, puestos en ca­pilla, lloraban de arrepentimiento, a fin de tocar el alma del Vicario de las misericordias. Y estos no han querido saber nada de las felicidades celestes, y su muerte de réprobos ha producido un magnífico efecto en las masas. Esto es una primera proclamación de las Sociedades Secretas y una toma de posesión de las almas.
"Así es que tenemos mártires. Para burlarme de la policía de Bernetti, he hecho depositar flores, y muchas flores, sobre la fosa en que el verdugo enterré los restos. Hemos adoptado las disposiciones convenientes. Temimos comprometer a nuestros criados con el desempeño de esa tarea; pero dimos aquí con unos ingleses y unas jóvenes se­ñoritas románticamente antipapistas, y a ellos les encargamos la pia­dosa romería. La idea me ha parecido tan feliz como a éstas rubias jovencitas. Esas flores, arrojadas durante la noche sobre los dos ca­dáveres proscritos, harán germinar el entusiasmo de la Europa revolucionaria. Los muertos tendrán su Panteón; luego, yo iré durante el día a llevarle a Monsignor Piatti mi cumplimiento de condolencia. Es­te pobre hombre ha perdido sus dos almas de carbonarios. En confesar­los puso toda su tenacidad de sacerdote, y fue vencido. Yo me debo a mí mismo, a mi nombre, a mi posición, y sobre todo a nuestro porvenir, el deplorar, con todos los corazones católicos, este escándalo nunca dado en Roma. Tan elocuente lo deploraré, que espero enternecer al propio Piatti. A propósito de flores, hemos hecho por uno de nuestros más Inocentes afiliados de la Franc-Masonería , al poeta fran­cés Casimiro Delavigne, una Messénienne sobre Targhini y Montanari. El poeta, a quien a menudo veo en el mundo de las artes y de los salones, es un buen hombre. Pues bien, llorando ha prometido un homenaje a los mártires y fulminar un anatema contra los verdugos. Los verdugos serán el Papa y los sacerdotes. Lo cuál será siempre una pura ganancia. Los corresponsales ingleses harán también un efecto admira­ble; y yo conozco aquí más de uno que ha hecho resonar la trompeta épica en honor de la cosa.

"Sin embargo, es una mala obra el hacer así héroes y mártires. Tan impresionable es la turba ante el cuchillo que corta la vida; tan rápidamente pasa esta misma muchedumbre de una emoción a otra; tan de golpe se entrega a admirar a los que con audacia afrontan el supremo instante, que ha partir de tal espectáculo, yo mismo me siento trastornado y presto a hacer lo que la multitud. Esta impresión, de la que no me puedo defender, y que tan rápidamente ha hecho perdonar a los dos ajusticiados su crimen y su impenitencia final, me ha conducido a reflexiones filosóficas, médicas y poco cristianas, que quizá habrá que utilizar algún día.
"Si un día triunfamos y si para eternizar nuestro triunfo hay necesidad de algunas gotas de sangre, no habrá que conceder a las víctimas designadas el derecho de morir con dignidad y firmeza.

Tales muertes no sirven sino para mantener el espíritu de oposición y para darle al pueblo mártires cuya sangre fría le gusta siempre ver. Lo cual es un mal ejemplo, del que nos aprovechamos ahora nosotros; pero creo conveniente hacer mis reservas para casos ulteriores. Si Targhi­ni y Montanari por un medio o por otro (¡tiene la química tantas maravillosas recetas!) hubiesen subido al cadalso abatidos, jadeantes y descorazonados, el pueblo habría tenido piedad de ellos. Pero fueron intrépidos, y el mismo pueblo guardará de ellos un precioso recuerdo. Ese día para él hará época. Aunque sea inocente, el hombre que se lleva al cadalso no es ya peligroso. Pero que suba a él con paso firme, que contemple la muerte con rostro impasible, y, aunque criminal, tendrá la simpatía de las multitudes.
" Yo no soy de natural cruel; espero no llegar nunca a tener glotonería sanguinaria; pero quien quiere el fin quiere los medios. Ahora .bien, yo digo que en un caso dado no debemos, no podemos, ni siquiera en bien de la humanidad, dejarnos enriquecer con mártires a pesar de nosotros. ¿Acaso creéis que frente a los cristianos primitivos, no ha­brían hecho mejor los Césares debilitando, atenuando, confiscando en provecho del Paganismo todas la heroicas comezones del Cielo, que no el dejar provocar la simpatía del pueblo por un hermoso final? ¿ No les hubiera valido más el medicamentar la fuerza del alma, embruteciendo el cuerpo? Una droga bien preparada, todavía mejor administrada, y que de­bilitara al paciente hasta la postración habría tenido, pienso yo, un efecto saludable. Si los Césares hubiesen empleado las locustas de su tiempo en este negocio, persuadido estoy de que nuestro Viejo Júpiter Olímpico y todos los diosecitos de segundo orden no sucumbieran tan mi­serablemente. Con toda seguridad que no hubiese sido tan bella la opor­tunidad del Cristianismo. Se hacía morir a sus apóstoles, a sus sacerdotes, a sus vírgenes, entre los dientes de los leones en el anfiteatro o en las plazas públicas, bajo la mirada de una muchedumbre atenta. Sus apóstoles, sus sacerdotes sus vírgenes, movidos por un sentimiento, de fe, de imitación, de proselitismo o de entusiasmo, morían sin palidecer y cantando himnos de victoria. Daba envidia morir así, y está probado que se daban tales caprichos. ¿No procreaban gladiadores los gla­diadores? Si aquellos pobres Césares hubiesen tenido el honor de formar parte de la Alta Venta, muy simplemente yo les habría pedido que hicie­ran tomar a los valientes de los neófitos una poción conforme a lo pre­visto, y no habría contado con nuevas conversiones porque ya no hubiera habido mártires.
En efecto, no hay émulos por copia o por atracción desde el momento en que se arrastre sobre el cadalso un cuerpo sin moví miento, una voluntad inerte y ojos que lloren sin enternecer. Muy pron­to se hicieron populares los Cristianos porque el pueblo ama al que lo conmueve. Pero si hubiera visto debilidad, miedo, bajo una envoltura temblorosa y sudando fiebre, se habría puesto a silbar, y el Cristianismo hubiera terminado en el tercer acto de la tragicomedia.

“Por un principio de humanidad política creo que debo proponer un medio parecido. Si se hubiese condenado a Targhini y Montanari a morir laxos; si se hubiese apoyado la sentencia con algún ingrediente de far­macia, a ésta hora Targhini y Montanari serían dos miserables asesinos que no osaran mirar la muerte de frente. El pueblo los hubiera visto con profundo desprecio, y los olvidaría. Y en lugar de esto admira, a -pesar suyo, ésta muerte en que el desgarro obró por mitad pero en la que hizo el resto el error del gobierno pontificio para nuestro provecho. Así es que yo querría que, en caso de urgencia estuviese bien deci­dido que nosotros no obráramos así. No os prestéis a volver gloriosa o santa la muerte en el patíbulo, orgullosa o feliz, y no tendréis gran necesidad de matar.
"La Revolución Francesa, que hizo tanto bien, en este punto se equivoco. Luis XVI, María Antonieta y la mayor parte de las matanzas de la época son sublimes por la resignación o la grandeza de alma. Eterno se­rá el recuerdo (y mi abuelita me hizo llorar más de una vez. contándomelo), el recuerdo será perpetuo de aquellas damas que desfilan ante la Princesa Isabel al pie de la guillotina y que le hacen una profunda re­verencia como en los salones de la Corte de Versalles; no es esto lo que necesitamos. En un caso dado, arreglémonos de modo que un Papa y dos o tres Cardenales mueran como viejecillas, con todas las angustias de la agonía y en los terrores de la muerte, y así paralizáis los entusiasmos de la imitación. Así economizáis cuerpos, pero matáis el espíritu.
"Es la moral lo que nos importa dañar; es por lo tanto el corazón lo que debemos herir. Sé todo cuanto se puede objetar contra semejante pro­yecto; pero, considerándolo bien todo, las ventajas exceden a los inconvenientes. Si nos es fielmente guardado el secreto, en su oportunidad veréis la utilidad de éste nuevo género de medicamento. Una piedrecilla, mal puesta en la vejiga, basto para rendir a Cromweil. ¿Qué cosa sería necesaria para enervar al hombre más robusto y que apareciera sin energía, sin voluntad y sin aliento en manos de los ejecutores? Si no tiene fuerzas para coger la palma del martirio, no habrá aureola para él, y consiguientemente tampoco habrá admiradores ni neófitos. Abreviemos con los unos y con los otros, y será un gran pensamiento de humani­dad revolucionaria el que nos habrá inspirado tal precaución. La recomiendo vivamente". Hasta aquí el jefe de la Alta Venta.
La Alta Venta se proponía destruir a la Iglesia Romana mediante la corrupción del clero, con la esperanza de infiltrarla en el propio Colegio Cardenalicio para llegar un día a ponerle fin al Papado.
El Carbonarismo, en cambio, usaba como principal instrumento el terror. Quería reinar mediante el asesinato.
La Alta Venta no se asignaba sino un objeto con mil recursos para obtenerlo. El Carbonarismo y las Sociedades masónicas que de él dependían marchaban al asalto de la Iglesia Católica, pero desarrollaban su acción en todas partes y en todos los sentidos, y desde luego contra el poder civil que no les estuviera sujeto.
En 1821, el Carbonarismo está en la infancia del arte; la Alta Venta se oculta en los abismos de una insondable hipocresía. Todo es tinieblas alrededor de la Sede Apostólica. Sin embargo, de deducción en deducción, su presciencia llega a descubrir el misterio de tantas conjuraciones ocultas. Y Pío VII señala al enemigo en su Bula Ecclesiam a Jesu Christo:
" La Iglesia que Jesucristo, nuestro Salvador, ha fundado sobre la -piedra firme, y contra la cual, según sus promesas, jamás prevalecerán las puertas del infierno, ha sido tan a menudo atacada, y por enemigos tan terribles, que sin esta divina e inmutable promesa, se habría podi­do creer que sucumbiría eternamente, estrechada ora por la fuerza, ora por los artificios de sus perseguidores. Lo que ocurrió en tiempos ya remotos se renueva todavía, y sobre todo en la deplorable época en la­ que vivimos, época que en éstos últimos tiempos parece estar anunciada muchas veces por los Apóstoles, en la que vendrían impostores marchando de impiedad en impiedad, conforme a sus deseos. Nadie ignora cuan enor­me es el número de hombres culpables que se han ligado en estos tiempos tan difíciles contra el Señor y contra su Cristo, y que han puesto en obra cuanto puede engañar a los fieles por las sutilezas de una falsa y vana filosofía, y para arrancarlos del seno de la Iglesia, con la lo­ca esperanza de arruinar y derribar a esta misma iglesia. Para alcanzar más fácilmente este objeto, los más de ellos han formado sociedades ocultas, sectas clandestinas, confiando, por este medio, en asociar más libremente a un mayor número a sus complots y a sus perversos designios.
Hace ya mucho tiempo que esta Santa Sede, habiendo descubierto esas Sectas, se irguió contra ellas con energía y ánimo, y dio a entender los tenebrosos designios que ellas formaban contra la Religión y contra la sociedad civil. Hace ya mucho tiempo que excito la atención general sobre este punto, provocando la vigilancia para que éstas sec­tas no pudiesen intentar la ejecución de los culpables proyectos. Pero hay que gemir porque el Celo de la Santa Sede no ha logrado los efectos que esperaba y porque esos hombres perversos no han desistido de­ sus propósitos, de lo cual han resultado finalmente todas las desgracias que hemos visto. Además, esos hombres, cuyo orgullo se hincha sin cesar, han osado crear nuevas sectas secretas.
Dentro de ese número es menester indicar aquí una sociedad recientemente formada, que se ha propagado ampliamente en toda Italia y en otros países, y que, aunque divida en muchas ramas, y con diversos nombres según las circunstancias, es sin embargo realmente una sola, tanto por la comunidad de pareceres y de puntos de vista como por su constitución. Lo más a menudo es designada con el nombre de Sociedad de los Carbonarios. Afectan un singular respeto y un celo en todo maravi­lloso por la Religión Católica, así como por la doctrina y la persona de nuestro Salvador Jesucristo: tanto que aun tienen la culpable auda­cia de nombrarlo gran Maestre y Jefe de su Sociedad. Pero estos discur­sos, que parecen más dulces que el aceite, no son otra cosa que dardos de los que se sirven esos hombres pérfidos para herir más seguramente a los que no están en guardia. Vienen a vosotros como si fueran corderos, pero en el fondo no son sino lobos rapaces.

" Es indudable que el juramento tan severo por el cual, a ejemplo los antiguos priscilianistas, juran que en ningún tiempo ni en ninguna circunstancia, revelarán absolutamente nada que pueda concernir a la Sociedad a personas que no hayan sido admitidas en ella, y que jamás hablarán con los de los últimos grados superiores; además, las reunio­nes clandestinas e ilegítimas que tienen a semejanza de muchos herejes, y la admisión de gentes de todas las religiones y de todas las sectas en su Sociedad, muestran suficientemente, aun cuando no hubiera otros indicios de ello, que no hay que tener ninguna confianza en sus discursos.
" Pero no hay necesidad ni de conjeturas ni de pruebas para pronun­ciar sobre sus discursos el juicio que estamos enunciado. Sus libros impresos, en los cuales se halla lo que se observa en sus reuniones y sobre todo en las de los grados superiores; sus catecismos, sus estatutos, otros documentos auténticos y muy dignos de fe, y los testimonios de los que, después de haber abandonado esa Sociedad, han revela­do sus engaños y sus errores a los magistrados; todo prueba que los Carbonarios tienen principalmente por objeto el propagar la indiferen­cia en materia de religión, el más peligroso de todos los sistemas; el dar a cada uno la libertad absoluta de formarse una religión según sus inclinaciones y sus ideas; el profanar y manchar la Pasión del Salvador mediante algunas de sus culpables ceremonias; el despreciar los Sacramentos de la Iglesia (tratando de substituirlos por algunos inventados por ellos), y aun los misterios de la Religión Católica; y, en fin, el derribar a esta Sede Apostólica, contra la cual, animados por un odio muy especial, traman los complots más negros y los más de­testables,

" Los preceptos de Moral que da la Sociedad de los Carbonarios no son menos culpables, como lo prueban esos mismos documentos, aunque se vana­glorie en voz alta de exigir a sus seguidores que amen y practiquen la -caridad y las demás virtudes y se abstengan de todo vicio. Y así, favorece ella abiertamente los placeres de los sentidos; así, enseña que es lícito matar a quienes revelen el secreto del que arriba hemos hablado, y aunque Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, les recomienda a los cristianos someterse, por Dios, a toda criatura humana que El haya consti­tuido por encima de ellos, ora al Rey por ser primero en el Estado, ora a los magistrados por ser los enviados del Rey, etc.; y aunque el Apóstol Pablo ordena que todo hombre esté sometido a los poderes más elevados, sin embargo, esta Sociedad enseña que es lícito excitar las revueltas para despojar de su poder a, los Reyes y a todos los que gobiernan a quienes da ella el nombre injurioso de tiranos.
" Tales son los dogmas y los preceptos de ésta Sociedad, lo mismo que de otras que se le conforman. De aquí los atentados cometidos últimamen­te en Italia por los Carbonarios, atentados que han afligido tanto a los hombres honestos y piadosos. Así es que Nos, que estamos constituido guardián de la Casa de Israel, que es la Santa Iglesia; Nos, que por nuestro cargo pastoral, debemos velar porque el rebaño del Señor, que nos ha sido divinamente confiado, no sufra daño alguno, pensamos que en un asunto tan grave, nos es imposible abstenernos de reprimir los esfuerzos sacrílegos de la dicha Sociedad; Nos estamos moviendo también por el ejemplo de nuestros predecesores de feliz memoria. Clemente XII y Benedicto XIV, de los cuales, el uno, mediante su constitución In eminenti, del 28 de abril de 1738, y el otro, por su constitución Providas, del 18 de mayo de 1751, condenaron y prohibieron la .Sociedad dei liberi muratori o de los franc-masones, o bien las Sociedades designadas por los nombres, según la diferencia de lenguas y de países: sociedades que qui­zá han sido el origen de la de los Carbonarios, ó que ciertamente le han servido de modelo; y, aunque Nos hayamos ya expresamente prohibido ésta sociedad por dos Edictos Salidos de nuestra Secretaría de Estado, Nos pensamos, a ejemplo de nuestros predecesores, que deben ser solemnemente decretadas penas severas contra la dicha Sociedad, sobre todo porque los Carbonarios pretenden que ellos no puedan estar comprendidos en las dos constituciones de Clemente XII y de Benedicto XIV, ni estar sometidos a las penas que allí se infligen.
" En consecuencia, después de haber oído a una Congregación escogida entre nuestros venerables hermanos los Cardenales, y con el parecer de ­esa Congregación, así como por nuestra propia decisión, y tras de un co­nocimiento cierto de las cosas y de una madura deliberación, y en virtud de la plenitud del poder apostólico. Nos resolvemos y decretamos que la susodicha Sociedad de los Carbonarios, o de cualquier otro nombre con que sea llamada, debe ser condenada y prohibida, así como sus reuniones, afiliaciones y conventículos, y Nos la condenamos y prohibimos por nuestra presente constitución, que debe permanecer siempre en vigor.
" Por lo cual recomendamos rigurosamente y en virtud de la obediencia debida a la Santa Sede, a todos los cristianos en general, y a cada uno en particular, cualesquiera que sea su estado, su grado, su condición, su orden, su dignidad y su preeminencia, tanto a los laicos como a los eclesiásticos, seglares y regulares; Nos les recomendamos el abstenerse de asistir, bajo ningún pretexto, a la Sociedad de los Carbonarios, ni-propagarla, favorecerla, aceptarla u ocultarla en la propia casa o en alguna otra parte, el afiliarse a ella, el tomar allí algún grado, el proporcionarle el poder y los medios de reunirse en alguna parte, el darle avisos y socorros, el favorecerla abiertamente o en secreto, directa­mente o indirectamente, por sí mismo o por medio de otros, o de cualquier manera que sea, o insinuar, aconsejar o persuadir a los demás que se hagan aceptar en esa Sociedad, el ayudarla y favorecerla; en fin, les recomendamos el abstenerse enteramente de cuanto pueda concernir a la dicha Sociedad, a sus reuniones, afiliaciones y conventículos, bajo pena de excomunión en la que incurrirán todos los que contravengan la presen­te constitución y por la que nadie podrá recibir la absolución si no es de Nos o del Pontífice romano que a la sazón exista, a no ser que esté en artículo de muerte".
En contestación a esta Bula, Roma fue acusada por el liberalismo de entorpecer el Progreso.
La Alta Venta, que utiliza el Carbonarismo y a las otras Sectas masó­nicas, aun para éstas organizaciones es un misterio. Su reclutamiento es limitadísimo: no pasa de tener arriba de 40 miembros. Su acción se limi­ta a sembrar la corrupción, sobre todo en el seno del clero. Se escoge, por lo tanto, de entre lo más selecto de todos los Grandes Orientes, a los más astutos e hipócritas. Son principalmente abogados y médicos que conocen los secretos de las principales familias. No se les conoce en la Alta Venta sino por sus nombres de guerra. Su ultima finalidad es destruir el Trono apostólico.
En 1822 tiene ya gran poder la Alta Venta y permanece desconocida pa­ra el poder público, que no tiene noticia sino de la Franc-Masonería en general.
Es notable la siguiente carta que el 18 de enero de 1822 escribe un judío de la Alta Venta con el seudónimo de Piccolo-Tigre:
" En la imposibilidad en que están todavía nuestros hermanos y amigos de decir la última palabra, se ha juzgado conveniente y útil propagar por todas partes la luz y dar el impulso a cuantos aspiren a moverse. Con este objeto no cesamos de recomendaros en afiliar en toda clase de congre­gaciones, tales cuales, con tal que el misterio domine en esto, a toda suerte de gentes. Italia está cubierta de Cofradías religiosas y de Peni­tentes de diversos colores. No temáis introducir a algunos de los nuestros en medio de esos rebaños guiados por una devoción estúpida; que es­tudien con cuidado el personal de estas Cofradías y verán que poco a po­co no faltarán cosechas que hacer. Bajo el pretexto más fútil, pero ja­más político ni religioso, cread vosotros mismos, o, más bien, haced crear por otros asociaciones que tengan por objeto el comercio, la industria, la música, las bellas artes. Reunid en un lugar o en otro, en las sacristías mismas o en las capillas, vuestras tribus todavía ignorantes; ponedlas bajo el cayado de un sacerdote virtuoso, bien visto, pero crédulo y fácil de ser engañado; infiltrad el veneno en los corazones escogidos, infiltradlo a pequeñas dosis y como al azar; luego, mirándolo bien, os asombraréis vosotros mismos de vuestro éxito.
" Lo esencial es aislar al hombre de su familia, hacerle perder sus costumbres. Muy dispuesto estará, por la inclinación de su carácter, a huir de las preocupaciones del hogar, a correr tras de fáciles placeres y gozos prohibidos. El ama las largas charlas de café, la ociosidad de los espectáculos. Atraedlo, sonsacadlo, dadle una cierta importancia; inclinadlo discretamente a disgustarse de sus trabajos diarios, y mediante este manejo, después de haberlo separado de su mujer y de sus hijos, y de haberle mostrado cuan penosos son todos los deberes, inculcadle el deseo de otro género de vida. El hombre nace rebelde; atizad este deseo de rebelión hasta el incendio, pero de modo que no estalle el incendio. Esta es una preparación para la gran obra que debéis comenzar. Cuando hayáis insinuado en algunas almas el disgus­to por la familia y la religión (lo uno va casi siempre en seguimiento de lo otro), dejad caer ciertas palabras que provocarán el deseo de afiliarse a la Logia más cercana. Esta vanidad del citadino o del burgués de ingresar a la Franc-Masonería tiene algo de tan co­mún y tan universal, que no dejo de admirarme de la estupidez humana. Me asombro de no ver al mundo entero llamar a la puerta de todos los Venerables para pedirles a éstos señores el honor de ser uno de­ los obreros escogidos para la reconstrucción del Templo de Salomón. .El prestigio de lo desconocido ejerce sobre los hombres tal poder, que con temor se preparan a las fantasmagóricas pruebas de la iniciación y del banquete fraterno.
" Verse miembro de una Logia, sentirse, lejos de su mujer y de sus hijos, llamado a guardar un secreto que jamás se os confía, es para ciertas naturalezas una voluptuosidad y una ambición. Las Logias pueden servir bien ahora para procrear glotones: jamás darán a luz ciudadanos. Se come muy bien en casa de los T., y T. R. F. de todos los Orientes; pero este es un lugar de depósito, .una especie de potrero, un centro por el que es menester pasar antes de llegar a nosotros. Las Logias no hacen más que un mal relativo, un mal templado por una falsa filantropía y por tonterías todavía más falsas, como en Francia. Esto es demasiado pastoral y demasiado gastronómico, pero tiene un objeto que debemos fomentar sin cesar. Enseñándole a brindar, se apodera uno así de la voluntad, de la inteligencia y de la libertad del hombre. Se dispone de él, se le hace dar vueltas, se le estudia. Se adivinan sus inclinaciones, sus afectos, sus tendencias; luego, cuando está maduro para nosotros, se le dirige hacia la Sociedad secreta, de la que la Franc-Masonería no puede ser sino la antesala.

" La Alta Venta desea que, bajo un pretexto u otro, se introduzca en las Logias masónicas el mayor número de príncipes y de ricos que­ sea posible. Los príncipes de casa soberana y que no tienen la espe­ranza legítima de ser reyes por la gracia de Dios, quieren todos serlo por la gracia de una revolución. El duque de Orleans es francmasón, el príncipe de Carignan lo fue también. Ni el Italia ni en otras partes faltan los que aspiran a los honores harto modestos del delantal y la cuchara simbólicos. Otros están desheredados o proscritos. Halagad a todos estos ambiciosos de popularidad; acaparadlos para la Franc-Masonería. Después verá la Alta Venta como politizarlos para la causa del progreso. Un príncipe que no tiene reino que esperar es una buena fortuna para nosotros. Son muchos los que están en este caso. Hacedlos Franc-Masones. La Logia los conducirá al Carbonarismo. Vendrá un día en que la Alta Venta quizá se digne afiliárselos. Mientras tanto servirán de liga para los imbéciles, para los intrigantes, para los banqueteros y los necesitados. Estos pobres príncipes trabajarán en nuestro provecho creyendo no hacerlo sino en el suyo. Esta es una magnífica enseñanza, y siempre hay estúpidos dispuestos a comprometerse al servicio de una conspiración de la que un príncipe cualquiera parece ser el sostén.

" Una vez que un hombre, y aun un príncipe, un príncipe sobre to­do, se haya comenzado a corromper, estad persuadidos de que casi no se detendrá en la pendiente. Casi no hay costumbres aun entre los más morales, y rápidamente se va por este camino progresivo. Así es que no os preocupéis de ver las Logias florecientes mientras el Carbonarismo se recluta con dificultad. Con las Logias contamos para doblar nuestras filas; a su pesar forman ellas nuestro noviciado preparatorio. Discuten ellas sin término sobre los males del fanatismo, sobre la dicha de la igualdad social y sobre los grandes princi­pios de la libertad religiosa. Entre dos festines lanzan terribles anatemas contra la intolerancia y la persecución. No es necesario más para hacer adeptos nuestros. Un hombre imbuido en estas lindas cosas no está lejos de nosotros; no falta sino enrolarlo. La ley del progreso social está allí, y toda ella allí. No os toméis la pena de buscarla en otra parte. En las presentes circunstancias no os quitéis jamás la máscara. Contentaos con rondar alrededor del re­baño católico; pero, como un buen lobo, coged de paso al primer cor­dero que se presente en las condiciones deseadas. Buena cosa es el burgués, mejor todavía el príncipe. Sin embargo, que estos corderos no se cambien en zorros, como el infame Carignan. La traición de1 juramento es una sentencia de muerte, y todos los príncipes, débiles o relajados, ambiciosos o pesarosos, nos traicionan y nos denuncian. Felizmente no saben sino pocas cosas, aun nada, y no pueden ponerse sobre la huella de nuestros verdaderos misterios.
" En mi ultimo viaje a Francia vi con una profunda satisfacción que nuestros jóvenes iniciados ponían un extremo ardimiento en la difusión del Carbonarismo; pero me parece que precipitan un poco demasiado el movimiento. Según yo, su odio religioso lo convierten demasiado en odio político. La conspiración contra la Sede Romana no debería confundirse con otros intentos. Estamos dispuestos a ver germinar en el seno de las Sociedades secretas ardientes ambiciones; y estas ambiciones, una vez dueñas del Poder, pueden abandonarnos. El camino que seguimos no está todavía suficientemente trazado para en­tregarnos a intrigantes o a tribunos.. Es menester descatolizar al mundo, y un ambicioso que alcance su objeto mucho se guardará de se­cundarnos. La revolución en la Iglesia es la revolución permanente, es el derribamiento obligado de los tronos y de las dinastías. Ahora bien, un ambicioso no puede querer tales cosas. Nosotros vemos más hacia lo alto y a lo lejos. Por lo tanto, tratemos de arreglárnoslas y de fortificarnos. No conspiramos sino contra Roma: para es­to sirvámonos de todos los incidentes, aprovechemos todas la eventualidades. Desconfíese principalmente de las exageraciones de celo. Un buen odio perfectamente frío, bien calculado, bien profundo, vale más que todos los fuegos artificiales y todas las declamaciones de la tribuna. Esto no lo quieren comprender en París; pero en Londres he visto gente que entiende mejor nuestro plan y que para éste se asocian con mayor fruto. Me han hecho ofrecimientos importantes: muy pronto tendremos en Malta una imprenta a nuestra disposición. Podre­mos, por lo tanto, con impunidad, asegurando el golpe, y bajo el pa­bellón británico, repartir de un cabo al otro de Italia los libros, folletos, etc., que la Venta crea conveniente poner en circulación."
Este judío, que viaja por toda Europa, a los ojos de la policía y de los gobiernos es un comerciante en oro y plata, uno de esos banqueros cosmopolitas que en apariencia no viven sino para sus negocios y que de ellos se ocupan exclusivamente.

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