viernes, 8 de octubre de 2010

El Rosario, su riqueza (Octubre mes del Rosario)

Si la costumbre de recitar Padrenuestros y Avemarías remonta a remotísima antigüedad, la oración meditada del Rosario tal como hoy la tenemos, se atribuye a Santo Domingo. Es cierto, al menos, que él y sus hijos trabajaron mucho en propagarle y de él hicieron su arma principal en la lucha contra los herejes Albigenses, que en el siglo XIII infectaban el sur de Francia.
Tiene por fin su práctica hacer revivir en nuestras almas los misterios de nuestra salvación acompañando la meditación de los mismos con la recitación de decenas de Ave Marías, precedidas del Padre nuestro y seguidas del Gloria al Padre. A primera vista, la recitación de tantas Ave Marías puede parecer monótona, pero en realidad, con un poco de atención y costumbre, la meditación siempre nueva y mas honda de los misterios de nuestra salvación da variedad y abundancia. De todos modos se puede decir sin exageración que en el Rosario se encuentra toda la Religión y como un resumen de todo el Cristianismo:
El Rosario es el resumen de la Fe: es decir, de las verdades que tenemos qué creer; el rosario nos las presenta de una forma sensible y viva, y a la exposición de esas verdades junta la oración en que se implora la gracia de comprenderlas mejor para gustarlas más todavía;
El Rosario es el resumen de la Moral: pues toda la Moral se resume en seguir e imitar a Aquél que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Ahora bien, precisamente por la oración del Rosario obtenemos de María la gracia y la fuerza de imitar a su Divino Hijo;
El Rosario es el resumen del Culto: porque uniéndonos a Cristo en los misterios meditados, tributamos al Padre la adoración en espíritu y en verdad que espera de nosotros; y nos unimos a Jesús y a María para pedir con Ellos y por Ellos las gracias de que tenemos necesidad; finalmente,
El Rosario nutre las virtudes teologales y nos ayuda a intensificar nuestra caridad fortaleciendo las virtudes de esperanza y de fe, pues, “por la meditación frecuente de estos misterios, el alma se inflama de amor y de agradecimiento por las pruebas de dilección que Dios nos ha dado; desea con ansia la recompensa celestial que Jesucristo ganó para los que se unan a Él imitando sus ejemplos y participando de sus dolores. Durante este rezo la oración se expresa con palabras que vienen del mismo Dios, del Arcángel Gabriel y de la Iglesia; está lleno de alabanzas y de salubles peticiones; se renueva y se prolonga en un orden determinado y variado a la vez; produce frutos de piedad siempre nuevos y siempre dulces”.(Enc. Octobri mense, 22,IX,1891).
Dom Gueranger, El Año Litúrgico.

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